El fenómeno meteorológico que ahora se denomina ciclogénesis explosiva, del que se nos previene para evitar efectos catastróficos, es una reacción de la naturaleza. En ocasiones también lo es de la naturaleza humana, y la política se antoja un espacio propicio para que se produzca, con la peculiaridad de ser provocada por la acción de sus protagonistas. Acaba de producirse en el PP. Se ha hablado de un miércoles negro de la semana pasada en el que coincidieron la renuncia de la presidenta del partido en el País Vasco, la despedida de una diputada con un largo artículo publicado, justificada como una enmienda a la totalidad de la actuación del Gobierno en esta legislatura, las declaraciones desahogadas del ministro de Hacienda sobre colegas y el actualmente imputado Rato, exvicepresidente del Gobierno, y Aznar, presidente de honor del PP. Para mayor entretenimiento del público, el concernido ministro de Asuntos Exteriores replica con una descalificación cultural. Con todo ello se transmite una sensación negativa, que no tendría especial importancia si no se produjese a dos meses de unas elecciones que los sondeos publicados muestran complicados para el PP.
Esos hechos no son los únicos síntomas de esa naturaleza que llegan a los posibles electores. Aznar en dos ocasiones ha denunciado la equivocada orientación del PP y su delicada posición por los resultados de todas las elecciones después de la mayoría absoluta de hace cuatro años. Sin entrar en su valoración, entiendo que por lo que ha sido y sigue siendo, es impropio que las hiciera públicamente, aunque algunas de ellas, y precisamente por ello, sean compartidas por electores del PP. Los ex no deben ser tutores y mucho menos opositores oficiales de quien les suceda. Resulta inevitable que se pregunte sobre el porqué y el para qué de esas declaraciones que no proponen soluciones precisas que resultaren eficaces en el apretado tramo electoral de la legislatura. Desde luego, no refuerzan el liderazgo de Rajoy y dan pie para cuestionar su viabilidad como candidato a la presidencia del Gobierno, a lo que ayudan informaciones procedentes de Ciudadanos de que, en el eventual caso de apoyar al PP, no lo harían a Rajoy. Lo más sintomático es que algunos bien informados, entre los que no me encuentro, sostienen que esa hipótesis está barajándose dentro del PP, señalando incluso a Núñez Feijoo como el sustituto, e interpretando como una despedida su emocionada referencia a Galicia al final del discurso sobre el estado de la autonomía.
Sea real o inducida, la extensión social de esa apreciación operaría como un sutil gas letal para la confianza electoral. Para atajar esas especulaciones ha sido muy oportuna la reunión en Toledo, convocada por Rajoy, en la que se ha reafirmado unánimemente su candidatura. No está asegurado un final feliz, pero al menos parece descartado lo que podría considerarse un suicidio. Lo que ocurra después del 20-D dependerá del resultado.