Ya se ha estrenado el primer capítulo de Desconnexió de Espanya, del que habíamos leído previamente el guion. El Parlamento de Cataluña ha aprobado por 72 votos contra 63 la resolución que inicia el «proceso de creación del estado catalán independiente en forma de república» y el desacato a las decisiones que adopten las instituciones del Estado. En la calle, más esteladas subvencionadas; y en las casas de los catalanes sensatos, que son más, zozobra.
Ahora prosiguen los guionistas con nuevas entregas porque la verdadera batalla empezó ayer: el Gobierno solicitó al Consejo de Estado un dictamen preceptivo para recurrir la declaración y mañana aprueba en Consejo de Ministros un decreto de inconstitucionalidad que pide al TC la inmediata suspensión de la iniciativa y de todos sus posibles efectos. Este lo admitirá a trámite, paralizando el proceso y notificándolo a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, que será la primera empapelada si lo incumple, y después los magistrados, constituidos en pleno y a los que se les va a acumular el trabajo, debatirán un veredicto que declarará inconstitucional la soflama, proclamará su anulación y enumerará los efectos jurídicos en los que incurrirán quienes se apoyen en ella para seguir con su ensoñación.
Son días de circo en varias pistas: los saltimbanquis de barretina estelada en el ejecutivo y en el legislativo, afanados en las emboscadas; el cuerpo constitucional en alerta para descubrirlas y cortarles el paso «con firmeza, prudencia y proporcionalidad», hasta la aplicación gradual del 155 de la Constitución, y los catalanes juiciosos elucubrando en cómo meter a los grillos en la jaula para sustituirles por gentes serias y de consenso.
Mientras esto va aconteciendo hasta más allá del turrón y las uvas se rueda el episodio de la investidura de Artur Mas como presidente de la Generalitat, iniciada ayer y que cada vez está más oscura porque, ¡oh paradojas del guion!, quienes han puesto en marcha la desconexión no tienen votos suficientes para investirle y dependen de la CUP para sellarla. Y si lo timbran será un Gobierno condicionado por anarquistas y marcado por la secesión, que acabará con las pocas posibilidades que le quedan a CDC de reconducir la situación y obtener algún escaño el 20D, que es lo que barruntan los consejeros díscolos de Mas y por lo que también se oponen a que las siglas se guarden en un cajón y salten a la pista, ¡ale hop!, con las de Democracia, Libertad y Cataluña. ¡Menudo disfraz!
De momento los fabricantes de caganers trabajan a destajo para surtir a los puestos navideños de nuevas y renombradas figuras del circo, sin avizorar si la de Mas debe llevar la banda de molt honorable senyor o el pijama a rayas.
Y por un tercer carril corre la campaña electoral para las generales, de la que se ha apoderado Cataluña y en la que Mariano Rajoy, junto a la mejora económica, el descenso del paro, el aumento del consumo y el apoyo internacional, se ha encontrado con el formidable impulso que le confiere el aventurismo de don Arturo: el señor de las cartas.