La campaña electoral agoniza camino del 20D después de explayarse entre los grupos de comunicación y sus diversos soportes y formatos: programas de cercanía y de lo cotidiano en televisión y radio televisada, y debates con modificaciones escénicas en televisión y prensa televisada, vistos en cualquier tipo de pantalla y sazonados en las redes sociales. Cada uno ha sido el decisivo, el grande, el único. Show business en estado puro y como me dijo una amiga: «Puro teatro. Y para teatro ya elijo yo la obra».
En estas elecciones cada candidato ha diseñado una campaña más cercana a la gente normal en su quehacer diario y menos (excepto este último domingo y presumiblemente el próximo viernes) hacia el militante fervoroso e incondicional acarreado a plazas y auditorios. Y envolviéndolo todo, una lucha descarnada entre varios medios de comunicación montando su espectáculo para mayor gloria de accionistas, directivos y anunciantes. En ese pujante mercado han peleado radios, televisiones y periódicos, con el propósito de que los candidatos no se bajasen del plató.
Naturalmente, todos han justificado su proceder en que lo demandan los votantes, lo exige la democracia y lo reclaman las instituciones. Y en su letanía han jugado primordial papel los contertulios de cada grupo mediático, que a modo de papagayos han recitado la consigna a favor o en contra con fervorosa obediencia. ¡Menudo embarazo!
El debate de más interés e importancia es el que ha conseguido desde su ventajosa posición negociadora y con su proverbial habilidad el presidente de la Academia de Televisión, Manuel Campo Vidal, organizando y moderando el cara a cara cercano, flexible y serio que aceptaron el presidente del Gobierno y el jefe de la oposición. Enhorabuena.
Ante la escasa posibilidad de que los candidatos de los próximos comicios gocen de ubicuidad y dado el entusiasmo con el que todos montan su teatro apelando al derecho del votante y al interés del ciudadano, quizás convendría regular por ley los debates y sancionar que se realicen en el Congreso de los Diputados, moderados por periodistas que no pertenezcan a escuderías mediáticas y con señal institucional para todos, públicos y privados de cualquier soporte. Las modalidades podrían ser: a dos: un cara a cara entre el presidente en ejercicio y el líder de la oposición; múltiples: todos los que concurran y tengan representación parlamentaria; coral: entre todos los candidatos, con o sin escaño en las Cámaras disueltas; y discretos: segundos o terceros de cada lista.
Este molde, que requiere poca inversión porque el decorado existe y la señal pública también, seguro que despierta unanimidad entre los privados, siempre deseosos de rendir un servicio a la ciudadanía y a la democracia. Ánimo.