El programa de la Navidad

OPINIÓN

23 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

En las elecciones, las distintas candidaturas presentan programas para identificarse y conseguir los votos de los ciudadanos. Suelen ser extensos, pero se identifican con referencia a alguna cuestión concreta que pretende ser su clave. De cómo se exponen en las campañas electorales y de cómo se cambia el acento en unas u otras cuestiones o se prescinden de ellas hemos tenido ocasión de comprobarlo en las que acaban de celebrarse el pasado domingo. Las fiestas navideñas proporcionan un alto después de tanto esfuerzo, sugieren una aconsejable desconexión de la confrontación electoral y de sus consecuencias, aunque no se trataría, por fortuna, de la tregua acordada en las trincheras europeas durante la guerra del 14-18. Forman parte de nuestra cultura y se manifiestan en las iluminaciones extraordinarias de las ciudades, y en el ámbito personal con reencuentros familiares y en el deseo transmitido de felicidad. En esto no es difícil encontrar el consenso; quizá no lo sea tan fácil en el reconocimiento de su razón de ser en el mundo cultural al que pertenecemos. Es el acontecimiento ocurrido en Belén de Judá hace más de dos mil años, tal como consta en el relato cristiano, que es coherente en las respuestas a las preguntas que puede hacer cualquier persona desde el punto de partida aceptado por la fe, que no es motivo para la arrogancia, pero tampoco para el acomplejamiento. En todo caso, puede comprobarse la riqueza cultural y la belleza de los relatos bíblicos del judaísmo y del cristianismo.

La Navidad contiene un programa permanente que puede orientar a creyentes y no creyentes. Dios, hecho hombre, nace en el seno de una familia; en un establo porque no había lugar en la posada. En términos actuales sería un excluido, un marginado. Podría llevar a cabo esa decisión trascendental de otra manera. Es una lección para todos los que tienen cualquier tipo de poder, por pequeño que sea. Su exhibición y no digamos su abuso, la prepotencia, el engreimiento no tienen nada que ver con el mensaje de Belén. Es la expresión de un amor infinito, para redimir a la humanidad caída por la acción libre de Adán y Eva y su salida del Paraíso que relata el Génesis.

Como ha escrito el papa Francisco en la convocatoria de un Jubileo extraordinario, Jesucristo es el rostro de la misericordia. Estamos llamados a vivirla porque primero se aplicó a nosotros. Tiene muchas manifestaciones en la vida corriente; como mínimo la comprensión, el hacerse cargo de las necesidades de los demás, la solidaridad activa, apartar el rencor, la rabia, la venganza, violencia, no ser un almacén de agravios. Qué difícil es muchas veces perdonar, continúa el papa Francisco y añade, es el instrumento para alcanzar la serenidad del corazón. Belén habla sin palabras; pero en el acontecimiento de la Nochebuena unos ángeles proclaman gozosamente un mensaje de validez universal: «Paz a los hombres de buena voluntad». Hace falta en este mundo civilizado. La precisamos todos para ser felices.