La fusión de concellos: el fondo y la forma

OPINIÓN

10 mar 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque me encuentro entre los ciudadanos que están muy preocupados por la crisis de gobernabilidad que atravesamos, acabo de saber -por el CIS- que los problemas ordinarios siguen captando la mayor atención de la gente. Y por eso tiene sentido levantar la vista de las obsesiones de Sánchez y las simplezas de Rivera para prestar atención a otros procesos que, aunque lentamente, se están poniendo en marcha, y que voy a ejemplificar en el proceso de fusión de Cerdedo y Cotobade. Porque la revisión de la planta municipal sigue siendo imprescindible para el proceso de racionalización de la gestión y el gasto público, y porque no es fácil de entender que, perdida la oportunidad de legislar cuando la crisis impulsaba el consenso, también ahora, cuando las palabras de moda son regeneración y cambio, demos la sensación de encontrarnos ante un tema menor.

Tienen razón Feijoo y Rueda cuando, lejos de desentenderse de esta cuestión, intentan introducirla en la agenda política de la modernidad, con la fusión de Oza y Cesuras hace dos años, y con Cerdedo y Cotobade estos días. La idea es, supongo, establecer los criterios que justifican las fusiones, resaltar la línea cooperativa frente a la confrontación, y demostrarle a los ciudadanos que los efectos positivos llegan antes a sus bolsillos y a la solución de sus problemas que al interés abstracto de los políticos. Y en ese sentido puede decirse que la pequeñez de los ejemplos no impide su trascendencia.

Ello no obstante, quiero sugerir que -también para la ejemplaridad- interesa mucho más la ordenación de los centros urbanos atlánticos -Ferrol, A Coruña, Santiago, Pontevedra y Vigo- que recomponer el puzle de los pequeños concellos acuciados por su inviabilidad. Porque son las ciudades las que tienen sus conurbaciones fragmentadas por una división municipal que ha devenido en irracional, las que pueden demostrar la enorme eficiencia económica y de gestión de las fusiones, las que tienen que acabar con la existencia de núcleos urbanos emergentes que parasitan sobre los contribuyentes urbanos, y porque hay que evitar el funesto sambenito de que solo se fusionan las unidades fracasadas -las que se quedan sin habitantes o sin recursos-, en vez de hacerlo las más dinámicas, modernas y eficientes.

Mi conclusión es que los objetivos de las fusiones están bien orientados y tienen prioridad sobre otras reformas, pero que la práctica de las fusiones no se impondrá por abajo, sino por arriba. Lo más importante no es resolver el caso de los municipios fallidos que ya son gestionados desde las diputaciones y las autonomías, sino evitar que la sustitución de las grandes fusiones por los pésimos sucedáneos de la comarcalización y las áreas metropolitanas compliquen aún más el galimatías institucional que lastra la gestión de nuestras ciudades.