La legislatura ha terminado mal. Para colmo de su inutilidad los representantes de la ciudadanía han decidido mantener sus retribuciones hasta que se constituyan las nuevas Cámaras. Los partidos políticos y sus partidarios en los medios de comunicación se han encargado de distribuir la culpa del fracaso. La propuesta realizada por Compromis al punto de agotarse el descuento y la respuesta desde el PSOE permiten desvelar cuál era la motivación de Sánchez para someterse a la investidura y la esperanza de él y de Rivera para superarla en un segundo intento. Lo que se trataba, como quedó al descubierto, era conseguir la abstención de Podemos para un gobierno minoritario de PSOE y Ciudadanos presidido por Sánchez, de dos años de duración, con la esperanza de que mandar al PP a la oposición sirviese de coartada a los de Iglesias. Las ventajas personales eran obvias para los promotores; más difícil es aceptar que sirviese a los intereses generales del país, sobre todo en el caso de Rivera, que presume de ponerlos por delante. Este es el meollo del enredo vivido. No habría que enmascararlo. En definitiva, a Podemos no le interesó esa abstención. La del PP, deseada por Ciudadanos, ni siquiera fue planteada de forma que pudiese prosperar. Si el final de la estrambótica legislatura ha sido malo, el comienzo para la nueva parece seguir la misma senda.
Desde un punto de vista formal no son una segunda vuelta. Si así se planteasen contribuirían a aumentar el cansancio, el hastío o como quiera llamarse de los ciudadanos llamados en pocos meses para repetir el voto. Los primeros pasos manifiestan una continuidad de lo que acabamos de presenciar.
El PSOE ha elevado a categoría, como si fuera una cuestión de principio, que no habrá un acuerdo con el PP. Lo poco que ha rectificado Sánchez ha sido reconocer como un error, en la forma pero no en el fondo, haber llamado indecente a Rajoy. Rivera, en su cruzada contra la corrupción y por la regeneración del PP, exige la no continuidad de Rajoy como condición para un posible pacto después del 26-J. Se acota de un modo prematuro el terreno de juego para la próxima contienda electoral. Podemos la va a plantear extremando sus posiciones. Acaba de alertar con alguna propuesta sobre medios de comunicación.
En su estrategia no va a primar la proclamada transversalidad. La negociación con IU es una muestra y la confirma el mantenimiento de la relación con las confluencias: la constitución de un bloque que no huela a casta. Iglesias con su habitual descaro ha anunciado que el PSOE, al que pretende adelantar, será su principal rival.
Parece una fanfarronada. Así parecía la que hizo hace dos años; pero ha sido el árbitro en esta fallida legislatura. Una profunda brecha en la sociedad lo explica. El PP, como primera fuerza, es interpelado a dar una respuesta a esa realidad, regeneradora en actitudes y personas.
Ha salvado una pelota de set; pero la táctica seguida no asegura un final exitoso del match.