Tras haber leído el artículo de opinión «Dislate bioético», de José Ramón Amor, pasé todo el día dándole vueltas acerca de si podría ser positivo aportar otro parecer. Finalmente me decidí a hacerlo ya que creo que el conocimiento de los diferentes puntos de vista estimulará la reflexión de los lectores.
Antes de nada quiero dejar constancia de que fui alumno de José Ramón, persona a la que respeto y admiro profundamente. También es importante reflejar que hasta hace pocos meses fui directivo del Sergas, hecho que podría constituir un conflicto de interés. Por último, decir que las opiniones que voy a plasmar son exclusivamente personales, es decir, no represento a ninguna institución.
Me gustaría empezar mi relato con una anécdota. Hace años, una periodista me preguntó si consideraba procedente que un sacerdote y un teólogo fueran miembros de la Comisión Gallega de Bioética. Es cierto que pueden existir argumentos en contra pero mi opinión fue (y sigue siendo) que los diferentes sentires enriquecen el diálogo. Se trata de evitar el pensamiento único de ahí que los comités de ética sean multidisciplinares.
De forma análoga, la posibilidad de que un directivo sea integrante de un comité de ética asistencial (CEA) siempre se consideró algo controvertido. Los detractores argumentan que su presencia puede condicionar la libertad de opinión de los miembros sobre los que tiene superioridad jerárquica. Por el contrario, los partidarios manifiestan que puede aportar una visión distinta de extraordinario valor para el debate. El profesional asistencial muestra una tendencia al principio de beneficencia, con una preocupación por «sus pacientes», frente a los directivos que se inclinan hacia el de justicia, que tiene en cuenta a «todos los pacientes» e incluso a «los pacientes del futuro». Esta discrepancia, a veces, genera desencuentros y la mejor forma de solucionarlos es dialogando.
En su momento, en Galicia se consideró incompatible ser directivo y pertenecer a un CEA pero esto no es así en otras comunidades como, por ejemplo, la andaluza o la catalana.
La herramienta de la bioética es la deliberación. A diferencia del debate, el que delibera parte de la base de que «el otro» puede tener razón y que, por tanto, a lo largo del proceso puede cambiar de opinión. Además, para llegar al consenso, la mayor parte de las veces será necesario optar por posiciones intermedias ya que se considera que son los cursos de acción prudentes.
Es importante tener en cuenta que el anteproyecto, en aras a una composición multidisciplinar de los CEA, deja abierta la posibilidad de que participe personal de gestión pero no hace obligatoria dicha participación. Por otra parte, su contribución siempre sería a título personal y no institucional.
A mi juicio, este se podría considerar un cambio de madurez ética. Con todo cariño a mi maestro, llamar dislate (es decir, disparate) a una opinión no coincidente, parece una actitud poco deliberativa y considero que tampoco es mesurado pedir a los miembros del Consello de Bioética que dimitan, como medida de presión, sugiriendo que si no lo hacen es porque tienen «aprecio por la poltrona».
Creo que la frónesis aristotélica no consiste en esto.