Estamos a pocos días de que las urnas despejen la incógnita. No hay ya tiempo para entretenerse en asuntos secundarios. Las elecciones tienen el dramatismo del partido en que se juega el descenso de categoría, con la experiencia de lo arduo que es recuperarla, o el que decide la eliminación de un torneo internacional. El terreno de juego se ha achicado y sin embargo, o quizá por ello, el resultado puede variar de forma decisiva. Son pequeñas cifras de votos en distritos electorales las que decidirán en uno u otro sentido. Será responsabilidad de los ciudadanos; pero es exigible claridad en los partidos políticos.
La pregunta clave formulada a los integrantes del debate cuatripartito es con quien prevén o están dispuestos a pactar. No ofrecen dudas PP y Unidos Podemos. Es un dato, liberado de la dialéctica electoralista de la pinza. Los otros dos no han dado una respuesta transparente, incluso cuando concretan. Sánchez ha reiterado que de ninguna manera contribuirá a un gobierno de Rajoy y hasta puede admitírsele que no formará coalición con Iglesias; pero no ha renunciado a reeditar el pacto con Ciudadanos y presionar a Podemos para su abstención. Los primeros son necesarios para presentarse juntos como los más votados. Rivera no lo descarta, pese a su oposición a un gobierno venezolano de Podemos, al ofrecer como alternativa un «Gobierno con Ciudadanos», que no es posible sin la abstención podemista. Se confirma con la rotunda afirmación de que no votará a Rajoy ni se abstendrá. La actitud de Rivera merece una atención. En el fondo y en la forma es contraria a la posición de centro que dice representar. Ser de centro es renunciar a las descalificaciones personales, a los golpes bajos para obtener alguna ventaja electoral. Una marrullería vieja en quien se erige como adalid de una nueva etapa de regeneración. De pobre calidad democrática es anatematizar políticamente a quien ha sido más votado por los ciudadanos utilizando el manoseado e-mail de Rajoy a Bárcenas, fomentar la discordia en el interior de otro partido, distribuyendo credenciales de aptitud e ineptitud para poder sentarse a hablar. El colmo, en un ejercicio de impostada condescendencia, es sostener que la inhabilitación que decreta a Rajoy es solo para gobernar el país, que podía hacer negocios con él. Qué credenciales tiene, puede uno preguntarse, para tanta arrogancia que no justifica el número de escaños de su sigla. Lo expuesto es suficiente para concluir que el voto a Ciudadanos solo vale para un gobierno presidido por Sánchez con el permiso de Podemos, que al cabo de dos años abocaría a nuevas elecciones. Sin él habría que convocarlas ya. La disyuntiva difundida de o mayoría absoluta del PP o renuncia alumbra presiones para que ese gobierno se hiciese posible con un PP sin Rajoy. Una propuesta de dudosa viabilidad y de menor calidad democrática que las opciones del PP o de Unidos Podemos.