En la coyuntura en que nos encontramos puede sostenerse como convicción común que no existe más posibilidad de evitar unas terceras elecciones, rechazadas unánimemente, que la formación de un Gobierno presidido por Rajoy. Gustará o no, para prescindir de una escala más variada y precisa de calificaciones; pero es lo que hay. El comité federal del PSOE ha renunciado a intentar otra alternativa. La cuestión es que el candidato necesita de la cooperación de otras fuerzas políticas para, como mínimo, conseguir ser investido. No es la primera vez que sucede en la historia de nuestra democracia, pero sí es inédita la situación actual. El PP pactó, después de una larga negociación, con el PNV y CiU. Hoy no puede contar con los nacionalistas catalanes y las elecciones próximas en el País Vasco hacen más arduo el apoyo. Los votos de Ciudadanos no son suficientes. Los del PSOE acaban de ser negados de un modo rotundo y paradójico porque no se puede aspirar a mantener el liderazgo de la oposición si no hay Gobierno. Esa actitud no se corresponde con la función constitucional que ha tenido. De algún modo, la ha recordado recientemente Felipe González a sus jóvenes compañeros al desechar la coalición y aconsejar que dejen gobernar al PP.
No se trata ahora de analizar la labor realizada por los Gobiernos del PSOE; sino de su contribución al establecimiento de la democracia. El recordatorio es oportuno porque en el descrédito de aquella contribución, también del Partido Comunista, se encuentra parte de la explicación de Unidos Podemos y confluencias, del intento de sorpasso y de la dualidad de orientaciones internas que conviven en el PSOE, acentuadas desde Zapatero. Las primeras elecciones democráticas produjeron la sorpresa de un adelanto del PSOE respecto del muy implantado PC. El rechazo de la definición del partido como marxista con el momentáneo abandono del liderazgo por Felipe González es otro suceso a recordar. Un Gobierno del PSOE fue fundamental para consolidar la Corona, como años después lo fue el del PP para consolidar la democracia con la alternancia entonces bipartidista. Cómo se resolvió el delicado problema de la OTAN para los socialistas es otro ejemplo de esa función constitucional. Se partía de un no claro, arraigado casi podía decirse en los genes de la izquierda. El conocimiento de la realidad internacional y las consecuencias positivas que tendrían para nuestra integración en la Unión Europea llevó a pasar del no, a un «de entrada, no». Es un mensaje, en el que se tiene en cuenta el interés general y no se desatiende la proyección futura del partido. Lo que traducido a términos concretos significaría un no en la primera votación de la investidura y una abstención posterior. Eso requiere por parte del candidato una iniciativa de altura que permita al PSOE superar la rotunda negación actual y cumplir desde la oposición su ejercida función constitucional. Es lo que le distinguirá de sus rivales de izquierda.