Delincuencia y yihadismo

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

17 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Mohamed Lahouaiej Bouhlel era conductor de camiones. Tenía por lo tanto a su disposición un arma para matar. Una de esas armas, cualquiera que se pueda usar, que los líderes del Estado Islámico animan a utilizar a sus seguidores, en cualquier lugar del mundo, contra aquellos considerados infieles.

También en esta ocasión el yihadista, aunque de origen tunecino, era ciudadano francés. Estaba casado y tenía un hijo de tres años. También, como otros terroristas yihadistas que actuaron en Europa, tenía antecedentes penales por delincuencia común (violencia machista contra su mujer y algunos delitos menores). Vemos cómo el perfil del autor de la masacre de Niza es muy similar al de muchos de los terroristas que participaron en los últimos atentados yihadistas en suelo europeo. Los hermanos Ibrahim y Khalid el Bakraoui, que participaron en los atentados del pasado marzo en Bruselas, tenían también antecedentes penales por delincuencia común. Este era también el caso de los hermanos Ibrahim y Salah Abdeslam, que participaron en los atentados de noviembre del 2015 en París. Se trata de jóvenes que hacen el tránsito de la delincuencia común a la radicalización yihadista, previo paso por la prisión.

Una de las salidas que históricamente favorecía la sociedad para los criminales era la de encuadrar su violencia en un ideal. Los franceses lo saben muy bien porque fueron los inventores de la legión extranjera. En ese tipo de unidades militares los sujetos brutales aceptan con orgullo ser tratados brutalmente. En esas unidades se podía cambiar de identidad y favorecían un fuerte sentido de pertenencia.

Pero la legión ha perdido su atractivo épico para los jóvenes delincuentes. Ahora algunos de estos jóvenes se apuntan a la yihad en el extranjero o en su propio país. Más de 1.500 jóvenes franceses se han integrado en las filas del Estado Islámico, o del Frente al Nusra en Siria. El mecanismo es al mismo tiempo similar al clásico y muy diferente. Similar, porque son jóvenes que se amparan en un ideal para realizar su pulsión de matar y de morir. Diferente porque, al menos para el yihadista suicida, la posibilidad de morir no es del orden de una apuesta, es una certeza. Por eso la opción del yihadista, al contrario que la del legionario, no es sublimatoria.

Este último factor, la apuesta por la propia muerte, hace que los mecanismos de prevención y seguridad resulten mucho menos eficaces que en otras formas de terrorismo. La premisa fundamental de la seguridad convencional se resume en la frase: «Tu vida guarda la mía». Pero esta premisa no es de aplicación ante alguien dispuesto a inmolarse. Si a esto añadimos que nos enfrentamos a un enemigo interior, y difícil de ubicar, no podemos ser muy optimistas ante la posibilidad de evitar nuevos atentados de este tipo.

Tal vez nos encontremos de nuevo con la repetición del horror. El horror que ahora nos despierta que el padre de un niño de tres años pueda ofrecerse en sacrificio a un dios oscuro y hacerse un instrumento de la muerte indiscriminada. Porque, para el yihadista, la muerte se reduce a su contabilidad.