Europa, voto y pulsión de muerte

Manuel Fernández Blanco
manuel fernández blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

27 mar 2017 . Actualizado a las 08:51 h.

El discurso de la cifra, la evaluación generalizada y la burocracia, acompañado del de la opinión políticamente correcta, resulta asfixiante para muchos profesionales y para amplias capas de la población. En Europa este malestar es evidente. La Europa del Tratado de Maastricht no ha sido beneficiosa para todos y ha impuesto el gobierno de los burócratas y la tiranía de la homogenización y de las normas.

Esto tiene efectos de retorno. El más indeseable es el surgimiento de la tentación totalitaria y de los nacionalismos xenófobos y excluyentes que vemos emerger en Europa, aunque no solo en Europa: la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos se sitúa en una lógica discursiva similar.

Este escenario (estos días nos enfrentamos a la posibilidad de que Marine Le Pen llegue a ocupar el Palacio del Elíseo) es particularmente inquietante. Supondría realizar el rechazo a los burócratas de la peor de las maneras, y podría ser un adelanto del posible retorno del enfrentamiento entre los pueblos que hizo del siglo XX la época más terrible de la historia de la humanidad.

La Unión Europea fue un freno al horror y a la inercia de la repetición. Ahora está amenazada desde el interior por el voto (con frecuencia inconfesado) de muchos ciudadanos europeos. Su modo de protesta contra la Europa de los burócratas puede estar dirigido por la pulsión de muerte que habita siempre en el sujeto y en la civilización. El voto también se ejerce desde el inconsciente de cada ciudadano. El voto es secreto e íntimo. Como secreto puede ser el odio y el rechazo. Por eso, el voto puede ejercerse contra el propio bien y animado por la tentación del abismo. El rechazo a la Europa de los burócratas puede hacerse al precio de hacer estallar la Unión Europea, que nos defiende de lo peor.

Tenemos suficientes ejemplos históricos de cómo lo peor puede resultar hipnótico y producir efectos de sugestión colectivos. Los líderes de la ultraderecha europea siguen apelando a lo más primario, pero de un modo inteligente y sutil. La rosa azul de la candidatura presidencial de Marine Le Pen pretende retomar un emblema de la izquierda para teñirlo del color del patriotismo. Se postula así como la defensora de la clase obrera francesa, declarando que la división entre izquierda y derecha está superada. Se declara la candidata del pueblo contra las élites, la Unión Europea, y la dilución de la identidad francesa por la inmigración.

Marine Le Pen sabe explotar el racismo estructural del ser humano. Frente a su discurso de la segregación xenófoba conviene recordar que, como escribió Lacan, «la historia no es nada más que una fuga, de la cual solo se cuentan los éxodos. […] Solo participan en la historia los deportados».