Los bigotes de Dalí

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado VUELTA DE HOJA

OPINIÓN

Ed

30 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Dalí decía que, cuando pintaba, le gustaba untarse aceite de dátil en los bigotes y ponerse un poco de miel en las comisuras de los labios. Era para atraer a las moscas. No a cualquier mosca sino «moscas limpias y elegantes, como las de Portlligat, que se perfuman en las hojas de los olivos y parece que van vestidas de Balenciaga». De vez en cuando, el artista abría la boca y atrapaba alguna para sentir un aleteo en el cielo del paladar.

Las moscas fascinaban a Dalí, que les dedicó cuadros y textos. Para él eran el rebaño de Belcebú (que significa precisamente el señor de las moscas), el insecto cuya alma Platón asegura que es inmortal. En un plano más prosaico las moscas eran una presencia constante en su residencia de Cadaqués a causa de las raspas de pescado y los burros atados a las puertas de las casas. También Marcel Duchamp, cuando le visitó allí, pintó luego moscas en su Tríptico de Cadaqués. Y además está el milagro de San Narciso, cuyo cuerpo incorrupto se encuentra cerca, en la catedral de Girona. Un cuadro que Dalí iba a contemplar con frecuencia ilustra el famoso prodigio: durante el asedio de la ciudad en el siglo XIII por las armas borgoñonas, la tumba de San Narciso se abre, y de su interior sale una nube de moscas que siembran la peste y el terror entre los asaltantes. También el sepulcro de Dalí acaban de abrirlo, en su caso para hacer una extravagante prueba de paternidad por orden de una jueza. Y resulta que los forenses se han encontrado con el bigote de Dalí intacto. Estaba exactamente como él lo había dejado en vida, señalando las diez y diez. Los forenses se quedaron maravillados.

No es muy común esto de encontrarse con un bigote inmortal. Yo avanzo la hipótesis de que pueda haber sido justamente el aceite de dátil y la miel los que lo han conservado así. Tengo que confesar que a mí Dalí no me entusiasma, porque el surrealismo, literalmente, «no puedo verlo ni en pintura». Pero le profeso un gran respeto como dibujante, e incluso simpatía, porque fue el creador del logo del Chupa Chups que nos convirtió a los niños de mi tiempo en insospechados coleccionistas de arte contemporáneo. El personaje me interesa, pero no porque fuese un genio, que nadie lo es. La genialidad no es un ser sino un parecer. Y Dalí la aparentaba tan bien que inventó la figura del artista excéntrico genial, que encarnó con el entusiasmo característico del tímido que se redime en el narcisismo.

Los bigotes eran la manifestación visible y puntiaguda de ese narcisismo, y por eso, que hayan sobrevivido al propio Dalí está en el orden natural de las cosas. Porque en su caso ese bigote no era una característica sino una esencia. No fue Dalí quien hizo crecer el bigote sino el bigote quien hizo a Dalí, y aunque antes de dejárselo ya era un artista conocido, fue lo que le confirió la marca del genio. Así lo entendió Philippe Halsman cuando le vio regresar de Nueva York con el mostacho y le encerró en su estudio para hacerle una famosa serie de fotos. Dalí, que se lo había dejado crecer para parecerse a Velázquez, se hizo de golpe más famoso que Velázquez. No dejaron entrar cámaras a la apertura de su sepulcro estos días pasados, así que no hay imágenes. Lo cual es bueno, porque de ese modo cada uno puede fantasear con lo que quiera. Y yo me imagino la escena así: los forenses, sudando dentro de sus batas y sus mascarillas, con las pinzas en la mano, observan asombrados el milagro del bigote incorrupto de Dalí, cuando, de repente, se abre la boca del difunto y, como en una versión en miniatura del milagro de San Narciso, sale una única mosca, volando en zigzag en medio del silencio húmedo de la cripta.