Es uno de los temas de debate de la omnipresente crisis catalana. Expertos y autoridades analizan el coste que tendrá para todos. Parece claro que nos costará unas décimas de PIB, más o menos según el grado de acierto en la solución del problema. Y no hay muchos motivos para ser optimista, visto el fracaso que significa haber llegado hasta donde estamos.
Lo peor es que no será el único coste ni el de mayor trascendencia. Y no porque no sea muy importante, sino porque hay otros más difíciles de evaluar y que solo se arreglarán a medio o largo plazo, como la brecha profunda que se ha abierto entre catalanes y entre habitantes de Cataluña con otros del resto de España, o el de la imagen exterior que algunos están tratando de proyectar.
En algún momento habrá que evaluar también el coste que el derroche de tiempo y dedicación que unos y otros dedican a alimentar o a tratar de sofocar esa crisis está restando a la atención a los múltiples y graves problemas de un país que sigue sumido aun en no pocos aspectos en una profunda crisis económica y social.
O el de hechos que están ocurriendo y a los que apenas se presta atención, porque casi toda está centrada en el proceso secesionista. Como el de que no solo seamos campeones en la desigualdad, sino también en la exportación de recursos hacia paraísos fiscales. Nada menos que un euro de cada cuatro, según detalla un reciente informe de Oxfam Intermón. O que el número de millonarios haya crecido en España cerca de un 60 % desde el 2008, precisamente durante los años centrales de la crisis. O que el proyecto de Presupuestos para el 2018 reduzca en dos décimas de PIB la partidas destinadas a educación o a sanidad...
Urge encontrar soluciones, y no solo al problema catalán, para reconstruir la convivencia y una casi desaparecida solidaridad.