En los últimos meses hemos visto cómo diferentes medios se han hecho eco del que ya es conocido como milagro portugués. ¿En qué consiste? ¿Han conseguido nuestros vecinos salir del agujero al que la crisis económica iniciada en el 2008 les empujó de forma dramática? ¿Podemos encontrar en el camino que han recorrido pistas que nos ayuden en nuestro propio crecimiento?
El primer elemento a destacar parece obvio, pero es relevante: la recuperación se visualiza enorme porque la caída lo fue todavía más, muy dura en términos de actividad económica y de empleo. Comparada con las tasas de evolución del PIB de años anteriores, el 2,7 % de crecimiento en el tercer trimestre del 2017 se antoja hercúleo. Es un dato en línea con la media de la zona euro, e inferior al mostrado por España. En términos comparativos, sin embargo, Portugal presentaba en noviembre una tasa de desempleo del 8,6 %, claramente inferior al 16,4 español, verdadero talón de Aquiles de nuestro país.
Y es precisamente sobre el empleo donde quizás más efecto hayan tenido las políticas implantadas por el Gobierno de Passos Coelho, quien aprovechó las obligaciones impuestas por la conocida como troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional) para acometer medidas que se antojaban necesarias: reducción de salarios, de festivos y flexibilización del mercado laboral. Estas medidas internas, favorecidas por un contexto internacional positivo en la economía y las tasas de interés, han impulsado la recuperación.
Portugal es un país percibido históricamente como seguro. La ausencia de conflictividad social, el marco legislativo estable, y la permanencia en el euro han ayudado sin duda al impulso de la economía. Este marco interno estable ha sido especialmente atractivo en un contexto internacional de gran inseguridad, incluso violento, y ha facilitado el desarrollo vivido en Portugal de un sector tan sensible y tan importante en su economía como es el turismo.
No todo son luces en este crecimiento económico. La emigración masiva de jóvenes bien formados ha permitido la reducción de la tasa de desempleo, pero anticipa futuros problemas de déficit de capital humano especializado, y en segundo término, una amenaza latente en todo el mundo acomodado: la caída de la tasa de natalidad y el consecuente envejecimiento de la población.
Frente a estas circunstancias es obligado señalar el esfuerzo realizado por el tejido empresarial. Cuando le pedí a mi amigo y colega en Portugal Antonio Costa que me ayudase a interpretar la situación de su país, no dudó en señalar algunos nombres propios como ejemplos de la apuesta por la innovación y la internacionalización: Jerónimo Martins, el grupo Amorim, Mota-Engil o el grupo Sonae. Solo así se entiende la cifra presentada hace escasos días en el Foro de Davos por el ministro portugués de Finanzas: las exportaciones han significado en 2017 el 47 % del PIB del país. Es el camino de la recuperación.