Hay quien a las coincidencias les llama sincronías y una curiosa se produjo ayer cuando el día previsto para la investidura, frustrada, de un nuevo presidente de la Generalitat, se cumplían 132 años del nacimiento de Castelao. Desde el BNG se emitía un comunicado de apoyo a los independentistas catalanes, al tiempo que, en otro escenario, Ana Pontón, reclamaba una Galicia ceibe al recordar la efeméride. El nacionalismo gallego aparece fascinado por el intento de independencia de Cataluña, que ha hecho revivir en sus filas el deseo de seguir sus pasos, sin tener en cuenta la grave crisis que está produciendo entre sus afines ideológicos, además de las amenazas a la convivencia y al desarrollo futuro del conjunto del país.
Porque nadie ha llevado tan lejos la aspiración independentista como los administradores de la herencia de Artur Mas y Jordi Pujol. Y nadie como ellos ha tirado por el vertedero lo que quedaba en el baúl de los abuelos Almirall, Cambó, Maciá o Tarradellas. Quienes dilapidan la herencia se demuestran carentes de un proyecto político viable y capaz de ilusionar a la mayoría del pueblo catalán. Si, además, el tiempo confirma que la tormenta producida por la apuesta independentista de Artur Mas tuvo que ver con la salida a la luz pública de numerosos casos de corrupción en su partido, alguien habrá de responder, en algún momento, ante la justicia y ante la Historia por tamaña decisión. Esperemos que la sensatez del nacionalismo gallego prevalezca frente al camino seguido por el catalán donde las consecuencias se hacen a cada minuto más impredecibles, ahora ya con ruptura de la paz ciudadana entre los seguidores de quienes el uno de octubre hacían un frente común.
Si la situación entre las fuerzas independentistas fuera de unidad, sería de esperar que prevaleciera la sensatez, recuperaran la calma en algún momento y se pusieran de acuerdo para designar a otro candidato, pero la ruptura de facto que ha supuesto el empeño de Puigdemont de ser investido a toda costa, puede hacerlo imposible y provocar una nueva convocatoria electoral en la que no es seguro que mantengan los escaños conseguidos el 21D, donde todavía obtuvieron una mayoría parlamentaria. Al antes unido bloque independentista han llegado las traiciones y las trampas, mientras la división se agranda en su seno al tiempo que crece la sensación de ridículo y crece la pésima impresión en los ambientes económicos y políticos de su entorno.
Pero todo ello, siendo importante, es menos preocupante que la alteración violenta del orden público al grito de «és Puigdemont el nostre president» que recuerda al escorpión del cuento, fiel a sí mismo, clavando su cola mortífera en cualquier cosa que se mueva, incluso sobre la pobre ranita que lo lleva a cuestas para que no se lo lleve la corriente.