El gran conejo de la chistera

OPINIÓN

18 sep 2018 . Actualizado a las 08:08 h.

Pedro Sánchez ya lleva más programas de gobierno presentados que ministros dimitidos. Presentó el primero, muy difuso, en su discurso de investidura. Mes y medio más tarde, el 17 de julio, concretó algo más en otro discurso de tono Alicia que prometía un país rebosante de felicidad, lleno de oportunidades y socialmente más justo. Y ayer, con la disculpa de celebrar sus cien días de gobierno -¡todo un éxito para 84 diputados!-, sorprendió a la parroquia con un tercer programa, donde volvió a expresar su sueño: en el 2030, una España «más comprometida con la justicia social», después de muchas reformas en la educación, los impuestos, la convivencia, la ley mordaza y otros restos y olores de la política de Rajoy. El señor presidente gobierna como gobierna, pero tiene arte, que diría un andaluz. Mucho arte. Cuando está hundido, políticamente agonizante por el huracán de su tesis de doctorado, con un graderío que pide la hora y reclama elecciones, oye la voz de su milagrero Iván Redondo: «Pedro, levántate y anda». Y Pedro se levantó. Cogió el catálogo de preocupaciones sociales, que van desde los pisos turísticos hasta la leyenda de que nuestros hijos vivirán peor que nosotros, y les puso dulces palabras de comprensión: ahí queda, para la historia, su propósito de gobernar en coalición con la sociedad. Me emocionó tanto que estoy conteniendo las lágrimas.

Pero el gran truco para superar su gran emergencia política y personal ha sido su decisión de eliminar los aforamientos con una reforma exprés de la Constitución. Ha sido el conejo que sacó de la chistera. Y nada de promesas etéreas: en dos meses, aprobación, como si fuese el asunto más urgente del país. Necesita los votos del PP, siempre mosqueado por los pactos con los independentistas, pero a ver quién tiene redaños para oponerse a esa propuesta. Le roba esa iniciativa a Albert Rivera, al que encima pone en un compromiso, porque Ciudadanos acaba de romper con Susana Díaz en Andalucía casualmente por los aforamientos. Pone sutilmente los focos sobre Pablo Casado, que está pendiente de la decisión del Supremo, precisamente por ser aforado.

Ayudado por Pablo Iglesias, sitúa el debate en las alturas y crea la discusión de cómo afecta o debe afectar esto al rey Juan Carlos. Y abrirá una polémica de dos meses de duración en que no se hablará de otra cosa. Tiempo suficiente para que la dichosa tesis sea un asunto del Pleistoceno. No me digan que el doctor Sánchez no tiene arte: el arte del prestidigitador.