El cambio climático es una evidencia que impone un cambio radical del modelo económico. El dióxido de carbono en la atmósfera se sitúa hoy en 403 partes por millón, cuando las recomendaciones son de 350, por poner solo un ejemplo significativo. Por otra parte, llevamos dos meses con el precio de la energía disparado por encima de la media europea. La razón no es otra que la desmesurada dependencia exterior de gas, petróleo y combustibles fósiles, cuyos precios discrecionales manejan a su antojo sus vendedores, a lo que hay que añadir una sobrecarga impositiva. Pero empezamos a ver la luz al final del camino. Todos los informes independientes reconocen que las energías renovables son una realidad, y ya competitivas en todas las subastas mundiales con respecto a otro tipo de generación. Sin lluvia ni viento ni sol el precio de la luz se encarece porque, de repente, suben los precios de los combustibles fósiles. Por eso la nueva revolución industrial se basa en la electrificación de la economía, algo que afecta a hogares, luminarias, electrodomésticos, industrias, servicios públicos digitales e inteligentes y todo tipo de transporte. Ahora nos acostumbraremos a ver tejados, fachadas y ventanales solares, así como millones de baterías conectadas a las redes eléctricas, que comprarán y venderán energía con una simple aplicación. Usaremos nuevos combustibles sin emisiones, como el hidrógeno, y gestionaremos mejor las redes, de forma que caminaremos hacia el equilibrio entre la producción y el consumo. En definitiva, haremos una gestión inteligente y mucho más responsable de la energía. La sociedad debe concienciarse de que toda esta revolución no es una amenaza, sino una gran oportunidad para un mundo mejor, más limpio y renovable, y a la postre más sostenible. También estoy convencido de que las nuevas generaciones serán más saludables, ecológicas y responsables con el medio ambiente; y, sin duda, tendrán unos hábitos de consumo mucho más equilibrados. Eso sí, al principio las transiciones energéticas serán costosas, pero a la larga resultarán razonables, constantes y sostenibles.