El dilema del intervencionismo

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

22 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay personas que se indignan cuando Estados Unidos interviene en algún conflicto extranjero. Hay personas que se indignan cuando no interviene. Curiosamente, no pocas veces se trata de las mismas personas. Esta contradicción vuelve a presentarse ahora con el anuncio de que las tropas norteamericanas se retirarán de Siria y, posiblemente, también de Afganistán: ha sido recibido con alarma y protestas generalizadas, incluso en sectores que siempre se han opuesto a estas operaciones. Progresistas y conservadores se unen así en la crítica a esta decisión, unos simplemente porque es una decisión de Trump, y los otros porque supone una reversión abrupta del proyecto beligerante que se inició con George W. Bush (y prosiguió con Barack Obama, no obstante su desconcertante premio Nobel de la Paz). La dimisión del secretario de Defensa, James Mattis, muestra hasta qué punto el pronto de Trump se ha encontrado con oposición, incluso en la misma Casa Blanca. Y sin embargo lo cierto es que se trata de uno de los escasos cumplimientos del programa electoral del presidente, que había prometido poner fin a las costosas, y no siempre eficaces, aventuras militares norteamericanas en el exterior. En Europa, el anti-intervencionismo es patrimonio de la izquierda, pero en Estados Unidos lo es de un sector de la derecha.

Lo que cabe preguntarse es ¿por qué ahora? En el caso de Siria, es fácil de entender. Trump quiere ser, ante todo, un ganador, y este es un buen momento para declarar victoria en Siria y marcharse. El Estado Islámico ha perdido su territorio y los aliados de EE.UU. en esta lucha, los kurdos, están a punto de ser aplastados por los turcos, que también son aliados de los norteamericanos, y menos prescindibles. Además, parece seguro que el Ejército sirio de Al Asad ganará la guerra civil el año que viene. Para cuando pasen estas cosas, es mejor que los norteamericanos no estén allí, so pena de verse envueltos en más guerras interminables. Como la de Afganistán, donde las tropas norteamericanas llevan desplegadas nada menos que diecisiete años. No se puede decir que no lo hayan intentado. Quienes consideran que el país todavía no es lo suficientemente estable para que se puedan ir deberían, quizás, reflexionar sobre la conclusión lógica de su propio argumento: si casi un ventenio no ha sido suficiente, a lo mejor es que no era una buena idea desde un principio.

¿Resolverá algo esta retirada? No. No es lo mismo no iniciar una guerra que retirarse de ella cuando ya ha completado su obra de destrucción. El Estado Islámico sigue existiendo, aunque sea sin territorio, y seguirá urdiendo atentados. Afganistán, por desgracia, es muy probable que retorne al control de los talibanes o individuos de ideas parecidas. Quizás, en algún momento, en algún lugar, sea imprescindible una intervención militar puntual. Tendremos entonces de nuevo el debate sobre las virtudes y miserias del intervencionismo, y de nuevo habrá quien se indigne cuando se interviene y cuando no se interviene. A veces, las mismas personas.