La aceleración de la agenda feminista

OPINIÓN

07 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El feminismo moderno, entendido como la necesidad de introducir la perspectiva feminista en la política, en el trabajo y en todas las relaciones sociales de poder, nace a finales de los 60, en un marco de cambios culturales y sociales de enorme magnitud que aún se siguen ejemplificando en los movimientos revolucionarios de 1968. El concepto entonces dominante era el de la liberación de la mujer, en el que se expresaba el rechazo a que un mundo construido sobre las diferencias presuntamente naturales y funcionales de los sexos hubiese degenerado en una paradigma cultural de géneros, en el que la mujer asumió los roles de la reproducción, la socialización y los cuidados, mientras el hombre se reservaba las relaciones de poder y los determinantes de la organización y del cambio social.

Partiendo, pues, de la liberación de la mujer, que hoy consideramos una visión reduccionista y conservadora, el feminismo fue evolucionando poco a poco hacia un plan de igualación de géneros que, instalado de lleno en las agendas políticas nacionales e internacionales, y convertido un signo distintivo de la cultura contemporánea, ha modificado profundamente los comportamientos individuales, los programas políticos, las leyes, los valores y las normas sociales, las relaciones laborales, las visiones de la democracia, y todo lo que puede ser observado bajo la perspectiva de la igualdad de roles y comportamientos de las personas.

Aunque los movimientos feministas tienen una larga historia, que incluso en sus formas más punteras se remontan un siglo, muchos ciudadanos están convencidos de que vivimos un hecho distinto y de rabiosa actualidad, como si hubiesen confundido la actual aceleración del paradigma igualitario con el comienzo de una revolución reciente y arrolladora destinada a subvertir el orden social en todo el mundo. Y ahí está -como dice Jenny Chapmann- el principal peligro de nuestro tiempo: que la impostación de unas ideas radicales -que en realidad ya no son radicales-, y la multiplicación oportunista de teorías y conceptos que desagregan y confunden la perspectiva radical de feminismo, acaben por frenar una evolución social que viene siendo constante desde hace seis décadas, para dar alas a los movimientos presuntamente liberadores -como Vox- que nos quieren devolver a la reaccionaria seguridad de los roles y las cualidades naturales.

Y para evitar esto no sería malo que una parte de las reflexiones de mañana -Día de la Mujer- se centren en analizar la aceleración feminista que ha invadido las agendas del Gobierno, los partidos y los medios de comunicación, que, convencidos de que en esta carrera es necesario quedar primeros, corren el peligro de improvisar medidas, ocurrencias y agendas de líderes políticos -muchos de ellos hombres, recién caídos del guindo- que acaben generando y justificando la reacción popular que esperan las extremas derechas. Porque no hay nada, por bueno que sea, que, suministrado en exceso, no despierte inapetencia o rechazo.