Todos queremos llegar a viejos

Marcelino Mosquera Pena FIRMA INVITADA

OPINIÓN

ROI FERNÁNDEZ

12 sep 2019 . Actualizado a las 14:22 h.

En relación con la noticia publicada en este periódico sobre la gallega de 111 años residente en Nueva Jersey querría hacer algunas reflexiones sobre el envejecimiento de nuestra población.

España sigue registrando máximos históricos de envejecimiento -siendo Galicia una de las comunidades más envejecidas-. Será el país más envejecido del mundo en el 2040, y, además, se está produciendo el fenómeno del envejecimiento de la población ya envejecida (el denominado sobreenvejecimiento). En Galicia envejecemos más y mejor en el medio rural.

¿Por qué llegamos a tan viejos?

En la España de 1900 apenas se alcanzaban los 35 años; sin embargo, se inició un rápido ascenso en la esperanza de vida, como consecuencia del descenso de la mortalidad en las diferentes etapas de la vida, así como la extensión de las medidas higiénicas y sanitarias. En la Galicia rural los médicos de familia hacen una función social de primera magnitud, con la llamada atención integral (bio-psico-social).

¿Existe una feminización de la vejez?

Sí, las mujeres son mayoritarias en la vejez, superando en un 32 % a los hombres. Sin embargo, nacen más hombres que mujeres y este exceso se mantiene durante muchos años, hasta que la mayor mortalidad diferencial masculina elimina esta ventaja inicial. Veremos en los próximos años si habrá una igualdad de genero.

¿A qué edad somos viejos?

Por comodidad estadística, desde hace más de un siglo se trabaja con la idea de que la vejez comienza a los 65 años, coincidiendo con la edad de jubilación. Se debería abrir un debate sobre cuándo una persona entra en la vejez. En mi opinión, una persona es vieja cuando se hace dependiente, si bien la definición puede estar ligada a la esperanza de vida.

¿Existe un envejecimiento saludable?

Sí, manteniendo una vida física, mental y social activa. Existen varios tipos de vejez: normal, patológica y activa-satisfactoria.

El envejecer bien depende en un 25 % de nuestra genética y en un 75 % de nuestros hábitos. Es necesario subrayar que las personas que se implican activamente en la vida y que tienen relaciones sociales son más felices. Los ciudadanos del rural, en general, siguen caminado y haciendo ejercicio: limpian su casa, van caminando a todas partes (ninguno compra una cinta para correr) y se agachan para darle de comer a las gallinas y recoger fruta. Todo ello evita el sedentarismo. Su horario está marcado por la salida y la puesta de sol, por lo que no tienen el estrés de la ciudad, importante factor de riesgo para la salud.

Estableciendo un horario concreto de actividades a lo largo del día se acostumbra al organismo a un hábito o entrenamiento para minimizar los efectos de la disfunción de la memoria asociados a la edad, manteniendo esa sensación de control de las capacidades (el mayor no le tiene miedo a la muerte, sino a la pérdida de la función).

En los pueblos la gente se conoce, se llama por su nombre o su apodo y hay charlas a diario con vecinos, amigos y familiares (relación cara a cara frente a WhatsApp).

La soledad, el rostro amargo del envejecimiento, se puede subsanar mejor en el medio rural con la ayuda vecinal, más que en el medio urbano, en donde se han roto este tipo de relaciones. Si alguien enferma, el vecino siempre está ahí. Hay acceso a alimentos saludables (verdura y fruta) y no a tantos modificados, que ponen en peligro la salud.

Envejecer en el pueblo es una opción para considerar, como un envejecimiento de calidad. Este sigue siendo un serio desafío para la sociedad. Hay que pensar en la necesidad de los cambios en el modelo de atención, una mayor sensibilidad y compromiso ético y moral para garantizar la atención a las personas mayores en las zonas en las que residan.