Está claro que la gente tiende a subestimar el poder de un cocido. Se acepta como verdad universal que es un plato contundente. El Panzer de los menús degustación. No está hecho para todos los estómagos. Ni, al parecer, para todos los instagramers. Su potencia va mucho más allá del mantel. Instagram acaba de censurar las fotografías de un cocido gallego por violar las normas de la red social. Aplicó la tijera a los garbanzos, el chorizo y la carne en la cuenta de un usuario gallego. Al parecer, estas imágenes que ilustran el invierno de tantas personas incurren en algún tipo de «violencia gráfica, lenguaje que incita al acoso, violencia y bullying o desnudos y actividad sexual». Lo típico en lo que uno piensa cuando le sirven una fuente humeante, independientemente de que se vista con repollo o con grelos. Ante ustedes un descubrimiento de los nuevos tiempos, la violencia del cocido. Cuando algunos lo consideran una bomba de relojería, se ve que no solo se refieren a la báscula y al colesterol. Los que están a los mandos de las redes sociales o son almas cándidas o mentes calenturientas. O puede que el algoritmo de turno sea vegano. Pero, cuidado, porque cualquier día alguien reparará en las amputaciones brutales que muestra una ración de pulpo á feira. O se enterará de que esos bichos irreales llamados lampreas están guisados en su propia sangre. O cerrará los ojos al ver la estampa de un carneiro ao espeto. Mientras, continuarán circulando con alegría por nuestras pantallas los bulos, los insultos, las amenazas, los linchamientos digitales, las fotos falsas y todo el resto de inmundicia que flota en las distintas plataformas. No importan. Porque lo normal es ofenderse con otras cosas. Como el cocido.