Cincuenta y ocho minutos. Es lo que tardaron los candidatos en reparar que la España crispada de sus sondeos tiene vecinos. Han pasado 33 años desde que nos embarcamos en el proyecto político más ambicioso del mundo, desde que la Unión Europea nos abrió sus puertas, pero seguimos viviendo de espaldas a ella. Ni una sola referencia, ni una idea ni un chispazo de ingenio transpiraron a través de los sesos de Casado, Rivera, Iglesias y Abascal. Al menos hasta que a Sánchez se le encendió la bombilla: Quizá pueda despejar balones vinculando los problemas de desaceleración a las guerras comerciales y al brexit. Así, de perfil.
¿A quién le importa que España se juegue 36.000 millones de euros con un brexit que puede poner patas arriba la economía nacional? ¿Para qué hablar de cómo los acuerdos comerciales, la competencia china y el despotismo de la Administración Trump están hundiendo a nuestras ya de por sí asfixiadas industrias? ¿Por qué nadie es capaz de trazar planes para relocalizar los negocios que un día se fugaron a jurisdicciones con regímenes fiscales más apetecibles y mano de obra más barata? La eurozona se está adentrando en una nueva etapa de crecimiento anémico peligroso por la tozudez de los ortodoxos halcones del euro y la inestabilidad global. Crece el dinero en la sombra y la emergencia climática está provocando pérdidas irreversibles. Toda esa nebulosa que se nos antoja tan lejana acaba despellejando nuestras rentas, nuestras carteras, las expectativas de futuro de las generaciones más jóvenes. Pero solo nos preocupan los adoquines de Barcelona. ¿Qué hay de los problemas de competitividad de otras regiones infrafinanciadas como Galicia? ¿Por qué ninguno de los candidatos se ha mostrado inquieto por las consecuencias que puede acarrear una política europea de cohesión cercenada? ¿Qué alternativas ofrecen a sectores cuyo modelo de producción está agotado con las nuevas directrices climáticas? A la fuerza y con calzador, tuvieron que poner sobre la mesa pinceladas, predecibles y superfluas, de asuntos que nos interesan más allá de los Pirineos. Hablando, eso sí, de Bruselas como si fuera un ente ajeno a nuestros asuntos diarios.
Tengo la certeza de que ninguno ha dedicado ni un minuto de su tiempo a estas cuestiones por dos razones: Porque la televisión es un espectáculo a donde se va con el titular en la mano y porque creen, con mayor o menor atino, que a los españoles no les importan las explicaciones, los programas, las ideas cuando pueden mover entrañas y sentimientos. Solo Sánchez nos dejó un fugaz atisbo de responsabilidad al mencionar los enormes retos a los que se enfrenta el país en la próxima década y la urgencia de poner en marcha el tan utópico como necesario seguro de desempleo europeo, la garantía infantil y un programa eficaz para garantizar una transición ecológica justa.
Ver a los cinco con o sin corbata, con chaqueta o sin ella, fue como asistir a un debate en zapatillas y bata, con la marca inconfundible de España: La política de andar por casa.