Europa, ahora o nunca

OPINIÓN

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16 dic 2019 . Actualizado a las 09:02 h.

Visto el final del sainete, es evidente que la incorporación del Reino Unido a la CEE, en 1973, fue un mal negocio para todos. Porque, aunque hoy interpretamos el brexit como un doloroso desgarro, no podemos olvidar que sus primeras tentativas de ingreso, formuladas por «los Harold» -el conservador Macmillan en 1963, y el laborista Wilson en 1967- y vetadas por Francia, estaban contaminadas por el euroescepticismo, y solo querían evitar -desde dentro- que el mercado común, que los ingleses también deseaban, acabase transformándose en la UE que hoy disfrutamos.

Londres insistió, y a la tercera (1973) fue la vencida. Edward Heath, un europeísta convencido, logró que Bruselas -ya sin De Gaulle- integrase también al Reino Unido, su ingreso, pretextando que una UE sin Londres siempre estaría incompleta. Y, aunque solo dos años después, en 1975, el mismo Heath convocó un referendo sobre la adhesión, su magnífico resultado -un 67 % de síes- permitió interpretar que el Canal de la Mancha había sido virtualmente superado.

Pero ya en 1979 Margaret Thatcher empezó a actuar como el caballo de Troya del euroescepticismo, poniendo pegas y zancadillas a los acuerdos de financiación y a la política agraria. En el intento de obstaculizar todos los procesos necesarios para evolucionar hacia la UE, la señora Thatcher frenó o mutiló acuerdos tan importantes como el euro, la Constitución para Europa, la libre circulación de personas, el presupuesto europeo, la política común de exteriores y defensa, con una táctica que, además de debilitar la cohesión europea y rebajar el nivel de sus debates, convirtió al Reino Unido en líder del euroescepticismo expansivo, y en un pésimo ejemplo para los países del Este, afectos también al mercado común, pero no a la UE.

De aquellos polvos tan lejanos vienen los lodos que ahora embarran los caminos de Europa. Por lo que, liberados -por la derrota- de tan cansinas y degradantes batallas, también ha llegado el momento de decir que el brexit tiene una cara de catástrofe y otra de oportunidad. Catástrofe porque, por más que cueste decirlo, deja a la UE bastante eivada y descentrada. Y oportunidad porque, tras haber librado al proyecto europeo de tan molestos parásitos, y haber demostrado lo difícil y estéril que es la secesión, ha llegado el momento de relanzar los procesos de unión más exigidos -política exterior y de defensa, unión bancaria, avances hacia la unidad de las políticas sociales, laborales y fiscales, y potenciación de los recursos asignados a las políticas anticrisis y a los estímulos de crecimiento y empleo-.

Dicha oportunidad, unida al hecho de que los poderes europeos están iniciando una legislatura políticamente estable y económicamente controlada, y a la feliz circunstancia de que las relaciones políticas y comerciales entre China y los Estados Unidos vislumbran ya la salida del túnel, permite decir con toda propiedad que esta conjunción astral quizá no vuelva a repetirse, y que, si no damos el salto ahora mismo, ya no lo daremos nunca.