De todas las falsedades a las que el mundo digital ha dado pie, existe una en la que participan todos los internautas sin excepción cuando suscriben aquello de «he leído y acepto los términos y condiciones de uso». Franquear la puerta de entrada al mundo conectado de aplicaciones, redes sociales y servicios diversos tiene su precio, pero nadie, salvo sus propios autores, ha revisado jamás toda esa letra pequeña que se tolera sin pensar que, en el mejor de los casos, alguien se lucrará con esos datos sin ofrecer nada a cambio.
Puede haber cosas peores. Para demostrar lo cerca que caminamos del precipicio, hace seis años se puso en marcha un experimento en Londres. Una firma de ciberseguridad situó un punto wifi en un lugar público de la ciudad que ofrecía conexión gratuita a Internet a cambio de aceptar los términos de uso. Todo normal. Pero entre los muchos requisitos expuestos, se incluía una «cláusula Herodes», que obligaba a todo aquel que accedía a «entregar a su hijo primogénito por toda la eternidad» a la empresa. Seis personas aceptaron el trato. Fue peor la inocentada que llevó a cabo hace una década un antiguo servicio de videojuegos al que más de 7.000 clientes cedieron «su alma inmortal» por comprar sin leer el contrato. Son ejemplos antiguos, casos extravagantes, pero lo cierto es que seguimos haciendo clic sin pensar.