La actual negociación que se desarrolla entre Podemos, Anova y las mareas para cerrar una candidatura conjunta está demostrando nuevamente que la existencia de la autodenominada izquierda rupturista es solo un mito que no resiste el más elemental contraste con la realidad cada vez que esta y aquel entran en contacto.
Los protagonistas de esa supuesta izquierda rupturista ofrecen siempre una idílica imagen de sí mismos: sus dirigentes serían una rara especie de ángeles políticos que, totalmente desprovistos de intereses y ambiciones personales, habrían decidido participar en la vida pública con la única intención de defender los intereses de la gente, a la que los partidos tradicionales (sobre todo el PSOE y el PP) les gustaría castigar con medidas antipopulares porque esa forma de hacer estaría en el código genético de lo que en su día se definió como la casta.
Y así, frente a una clase política formada por profesionales del poder, sin más ideología que seguir en el machito, estaría la supuesta nueva izquierda, donde todo sería buen rollito y generosidad: nadie aspiraría en ella a nada salvo a servir al pueblo maltratado, lo que exigiría darle la vuelta a la tortilla de verdad para que los honestos y virtuosos expulsen a los mercaderes del templo de una vez.
La cierto es, sin embargo, que la breve historia de la izquierda rupturista, representada en Galicia como nadie por el movimiento que se gestó en torno a las mareas, se compadece muy mal con esa película de santos y demonios. Si hay un lugar donde casi todo han sido peleas personales y luchas de poder y donde el debate de ideas ha brillado por su ausencia ha sido en esa supuesta nueva izquierda que, cuando con la marca de Podemos ha llegado al poder, ha demostrado una capacidad de adaptación a los hábitos nefandos de la supuesta casta realmente portentosa. Y ello hasta el punto de que el sincorbatismo y el rechazo al masculino genérico son ya los principales rasgos revolucionarios del comportamiento personal de nuestra izquierda rupturista.
¿De que están debatiendo Podemos, de una parte, y Anova y las mareas, de la otra? Pues de lo que discuten todos los partidos en el mundo cuando negocian coaligarse: del reparto de puestos en las candidaturas. Es decir, de quiénes se colocan y quiénes se quedan fuera de los cargos. Tal es la gran polémica teórica que existe entre las fuerzas que dicen aspirar, como si tal cosa, a formar una candidatura ¡de soberanistas y federalistas!, lo que da una idea de la importancia que unos y otros conceden a esas ideas que afirman son para ellos la esencia misma de su compromiso público. Pues resulta, ¡ay!, que el federalismo -que nació para crear grandes naciones- es justamente lo contrario del soberanismo, que aspira a todo lo contrario: a destruir, por medio de la secesión, las que ya existen. Pero eso no le preocupa, al parecer, a ninguno de los negociadores, que están centrados en lo suyo. Y lo suyo, ¡un poco de humildad!, es lo de todos los partidos: el reparto del poder.