Cuando hace justo dos meses (parece mentira) Pablo Iglesias se conformó con cinco ministerios que en realidad eran direcciones generales, la lectura fue que en Galapagar aceptaban cualquier cosa a cambio de un coche oficial. El precio a pagar vendría de Junqueras y Puigdemont. Error. Tan pronto ha tenido ocasión, el socio de gobierno de Sánchez le ha echado un pulso a su jefe que ha tenido en ascuas a todo un país durante todo el día. Y lo ha hecho con la complicidad de sus dos principales satélites, Urkullu y Torra.
Pablo se presentó en Moncloa sin mascarilla y con cuatro peticiones: que el Estado nacionalizara eléctricas y hospitales privados, tener una silla en el mando único de la crisis, y que Cataluña y el País Vasco no rindieran cuentas a ese mando único.
El resultado, tras siete horas de tensa bronca, es demoledor para Podemos: la Ertzaintza y los Mossos están ya a las órdenes de Marlaska, la crisis la pilota Sánchez, la sanidad de todo el país Illa y los movimientos de personas y mercancías, Ábalos. «En toda España», enfatizó Sánchez.
Urkullu y Torra ya han bramado contra este nuevo 155 sanitario, así que no hace falta pedir la opinión de Bildu y ERC para saber que el gobierno Frankenstein está en la uci y con respiración asistida. Y si aún no está en la lista de víctimas es porque antes de romper el tablero prefirieron aplazar hasta el martes las medidas económicas.
¿Y Galicia? «Galicia é unha comunidade fiel». Después de oír a Casado, para quien la línea entre discrepancia política y deslealtad es demasiado sutil, ya se puede decir oficialmente que el jefe de la oposición es Feijoo.