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La careta burlona de Dalí es el marchamo internacional de La casa de papel y el símbolo de las luchas civiles en muchas de las manifestaciones que se producían en el viejo orden mundial previo al coronavirus. En el arranque de la cuarta temporada, los atracadores confinados dentro del Banco de España cambian la máscara del bigote erecto por la mascarilla quirúrgica verde para demostrar que, además de ser expertos ingenieros, pueden ejercer sin dificultad como avezados cirujanos hábiles en el manejo del bisturí. Me pregunto cómo habríamos visto La casa de papel antes del tsunami de la pandemia, pero observar ahora a Tokio operar un pulmón con guantes de látex y bata desechable es una imagen que nos devuelve de golpe a la actual realidad cotidiana. La de los nuevos héroes, la auténtica resistencia.
Si la marca España ha estado siempre presente en la serie de Netflix en el rostro del pintor de Figueras, en la cuarta parte la huella cultural y folklórica se desmadra. Desde una lograda alegoría de la aventura de Quijote y Sancho a lomos de motocicletas entre los molinos de La Mancha hasta una escena caricaturesca que estaríamos machacando si la hubiese firmado Hollywood. En ella, dos personajes son perseguidos por un toro bravo como si toparse con un ejemplar cuando se pasea por los campos españoles fuese lo más común.