
Acierta de pleno, el presidente Feijoo, al barajar la expresión «axiña» -la máxima concreción disponible en la lengua de Galicia- como referencia temporal para convocar, de nuevo, las elecciones autonómicas. Porque, como él mismo adelantó, es lógico pensar que la evolución actual de la pandemia se mantenga hasta el verano, mientras que nadie nos garantiza que -como están advirtiendo los sabios ocultos y anónimos- no haya un rebrote del coronavirus a principios de otoño. Y eso equivale a decir que, si nos ponemos a jugar con los matices -cuyo tenor sería que «si las elecciones se convocan axiña es por conveniencia electoral», y «si se retrasan unos meses también es por conveniencia electoral»-, corremos el riesgo de que la compleja decisión de suspender una convocatoria electoral pudiese llevarnos a rebasar el límite formal de esta legislatura, que está señalado para mediados de octubre.
Es cierto que los pronósticos de ahora son favorables para el PP. Pero también es verdad que Feijoo ya tenía pronósticos de mayoría absoluta cuando suspendió la anterior convocatoria, y que no los va a tener peores -sino al contrario- si espera a que veamos el paisaje de España después de la batalla. Por eso los gallegos tenemos derecho a pedir que, en la diplomática y generosa consulta que el presidente celebra hoy con todos los grupos opositores, ningún partido aproveche el micrófono para sembrar dudas sobre un proceso que hubo de suspenderse -con sobradas razones- al decretarse el estado de alarma, y que ahora debe programarse con idéntica oportunidad -de acuerdo con las disposiciones que habilitan la nueva convocatoria- para evitar la anomalía que supondría gobernar, con el Parlamento ya disuelto, más allá de la legislatura.
Los gallegos deberíamos interpretar lo dicho por Núñez Feijoo como el signo más evidente -aunque progresivo- de normalidad. Y por eso nos conviene conectar su insólito «axiña» con todos los hechos -trabajados o de fortuna- que hacen posible este paso, cuyo resumen es la ordenada superación de este momento de la pandemia, que se hace patente en la práctica totalidad de los indicadores sanitarios.
Tampoco deberíamos pasar por alto la idea de que, una vez aplanadas las curvas de la pandemia, no cabe perder ni un minuto en iniciar las políticas de restauración económica a las que estamos abocados, y cuyo abordaje sufriría severamente -y con él todos los gallegos- si, en el momento de poner manos a la obra, tenemos que aparcar la carretilla y la pala para ponernos a hacer unas elecciones que ya serían serodias, y que retrasarían la política presupuestaria de la que ya debemos dotarnos.
Es cierto, finalmente, que a Feijoo le favorece su actual aureola de autoridad, y su capacidad de gobernar, frente a un panorama general de titubeos y rectificaciones permanentes. Pero esa ventaja no es la suya, sino la de todos los gallegos, que disponemos de uno de los bienes más escasos en la España de hoy: una gobernabilidad legítima, muy estable y sin fisuras.