Nacimos en democracia. Tuvimos una infancia mucho mejor que la de nuestros padres. Somos, según dicen, la generación mejor preparada. Los de EGB, BUP y COU. Pudimos elegir qué queríamos hacer de nuestras vidas y accedimos con facilidad a un amplio abanico de ciclos, diplomaturas y licenciaturas. Estábamos sobradamente preparados, como decía aquel famoso anuncio de coches de la época. Sobre todo, para lo que nos esperaba.
Los más afortunados consiguieron acceder a un empleo unos años antes de que explotara la gran crisis del 2008. Los demás tuvieron que huir o esperar por una oportunidad en un mercado laboral en el que solo regía una norma: la precariedad. Becas, trabajos temporales, contratos por obra… años y años mal pagados porque era la única manera de hacer algo de currículo. No importaba el sector. Los mejores investigadores se marchaban a Europa, los sanitarios ya no encontraban hueco en la pública, la banca flojeaba, las tecnológicas, aunque prometían mucho, tampoco estaban muy boyantes y los sectores que dependían de la construcción y la obra pública se asomaban al abismo. Nuestros padres ya no sabían qué decirnos. Se les agotaban las fórmulas de éxito. ¿Por qué no aprendes nuevos idiomas? ¿Y si te vas una temporada fuera? ¿No habrá un buen máster? Para todas sus preguntas siempre valía la misma respuesta: ¿para qué? La estabilidad, eso a lo que muchos de ellos no le habían dado especial importancia, ya no existía. Formarse ya no era garantía de nada. Cumplir en el trabajo y hacer horas de más, tampoco te aseguraba el puesto. Sobraban trabajadores cualificados, los había a patadas. Incluso parecía que tenías que dar las gracias si te hacían fijo, porque les compensaba mandarte al paro y formar a uno nuevo que pudiese cobrar menos de 900 euros durante dos años.
Fuimos la generación bisagra. Los siguientes ya venían preparados, pero a nosotros aún nos prometieron que, con buenas notas y algo de suerte, conseguiríamos un trabajo decente que nos podría durar una buena temporada. Nos prepararon para una realidad laboral que no ha vuelto: esfuerzo y estudios igual a éxito. Y nos llevamos el gran tortazo al aterrizar en el mercado laboral. Ahora, que tenemos entre 30 y 40 años, nos tocaba afianzarnos, crecer y conseguir esa estabilidad básica en un proyecto de vida. Era nuestro momento. Y otra crisis se nos ha cruzado en el camino. Antes de todo esto, ya se daba por hecho que íbamos a ser la primera generación en muchos años que rompería la línea de progreso y viviríamos peor que nuestros padres.
Se avecinan curvas. Según el FMI, esta crisis será la peor desde la Guerra Civil. Muchos ya están en ERTE o en el paro, otra vez. Otros tendrán que decirle adiós al sueño de volver a casa. O verán caer a ese primer negocio para el que llevaban años ahorrando.
La crisis de la deuda no nos dejó despegar y esta pandemia nos cortará las alas. Sí, somos la generación mejor preparada para sobrevivir de crisis en crisis.