La rosa púrpura de Juan Marsé

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

José Oliva | Europa Press

21 jul 2020 . Actualizado a las 09:00 h.

Juan Marsé temía a la prosa sonajero. Cela, para él, era prosa sonajero. Lo suyo eran las historias auténticas que levantan los pies del suelo gracias al vuelo de la imaginación. Personajes de carne y hueso de la posguerra que conoció tan bien y que necesitaban huir de la grisura a través de los sueños. Eran las aventis, o aventuras, que contaba a sus amigos para escapar de la realidad de una Barcelona que asfixiaba. Pero Marsé, que venía de la calle, sabía que había que narrar lo que veía enfrente, con el mordisco de la ironía. Así creó una historia como Últimas tardes con Teresa, que es su gran fresco. El romance entre Teresa Serrat y el Pijoaparte, ladrón de motos, perdurará cada vez que un lector lo abra. Corazones de alta cilindrada. Lo bueno de autores como Marsé, que hoy apenas tenemos, es que relees esas páginas y tienes el pulso del siglo XX y de la Barcelona de la época ante ti. Son narradores (Marsé no quería que lo llamasen novelista) que ejercen de historiadores. Pero no se quedaba Marsé en el regate corto del realismo puro y duro. Tal y como los chavales de su generación escapaban de sus días y sus noches gracias a los cómics o al cine, él dejaba que sus personajes se alzasen del Guinardó con el cabo de esas cometas. Esa mezcla de realidad y sueño, o deseo, era lo que hacía a Marsé tan especial. Como le sucede a la Cecilia de Woody Allen en La rosa púrpura del Cairo, el narrador que perdimos este finde por un fallo renal a sus 87 años tenía su particular rosa púrpura, con la que hacía que el chaval cojo del barrio pudiese borrar sus pasos cortos con un pasado real, o inventado, en el que había sido una leyenda del atletismo. Historias de la calle que lograban que los gusanos pudiesen ser mariposas mientras duraban las palabras. Marsé era un cóctel de sangre y plomo, de seda y luna. Y era cínico, porque sabía demasiado. Se declaró fronterizo y francotirador. Pero le ganaba que el mal genio que exhibía a veces era otra de sus fábulas que escondía a un ser meloso capaz de hacer que el macarra del Pijoaparte y la niña bien de Teresa Serrat se enamoren contra todos y contra todo.