La fiesta en el filo de la navaja

Manuel Mandianes AL DÍA

OPINIÓN

BENITO ORDÓÑEZ

14 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

«La pandemia, al desbaratar los elementos esenciales de la fiesta, lugar preciso, tiempo determinado, protagonistas y ritos fijos, ha quebrado la esencia de la fiesta tradicional, la exaltación de los valores comunitarios que mantienen viva la identidad del grupo», escribe Rocío Toxo. La finalidad de la fiesta tradicional es crear sentido, encantar, honrar a los dioses y a los santos, conmemorar el aniversario de grandes acontecimientos que han marcado la historia del pueblo, del grupo o de la familia; tiene una utilidad ritual y simbólica fuerte. La fiesta es una experiencia grupal, de carácter originariamente sagrado, en la que se vivencia ritualmente el caos como forma de destrucción del tiempo viejo para alumbrar un orden y un tiempo nuevos. Cada pueblo tiene su fiesta en estas y en las próximas fechas. La fiesta se diferencia fundamentalmente de la vida diaria en que la fiesta la inventamos cada vez que la hacemos, a pesar de que la esencia es siempre la misma y la vida diaria se nos impone. La recreación remite, en principio y siempre, a una verdad que rebosa de alusiones misteriosas y también simbólicas. La fiesta está en el filo de la navaja: entre lo conocido y lo arcano.

En la tradición, para que la fiesta pueda tener lugar han de estar definidos y determinados el tiempo y el lugar en que pueda llevarse a cabo. El cronos es el tiempo físico, el tiempo ordinario del calendario que no tiene significado especial, en el que no ocurre nada que nos haga recordarlo y que lo vaya a convertir en referencia en el futuro colectivo o individual. El kairos es el tiempo oportuno y cualitativo, en el que acaecen cosas que marcan la memoria colectiva e individual. A través de las fiestas y celebraciones, los grupos controlan el tiempo y lo vuelven significativo. Condición, pues, de la fiesta, es un cosmos, formado y formateado; es decir, el establecimiento de un lugar, templum, y un tiempo, tempus, oportunos.

El hombre tiene necesidad de un espacio cargado de significado. No hay lugares a secas, hay lugares a los cuales pertenece el fuego, el agua en los que viven personas que piensan y tienen costumbres, que constituyen las identidades sociales. El mundo de un pueblo es esa esfera ordenada en la que dicho pueblo se halla confinado; una geografía hecha de paisajes, de recuerdos y de palabras. El espacio está lleno de imágenes que dan una dimensión material a lo espiritual y a lo material una dimensión espiritual. La geografía es la historia espacializada. Las imágenes son el soporte simbólico de una realidad superior que trasciende la realidad física del símbolo. En la fiesta moderna los signos solo remiten a sí mismos, se alimentan de sí mismos y se agotan en sí mismos, sin otra finalidad que el impacto en el espectador.

En la fiesta moderna, las referencias a la tradición son, en la mayoría de los casos, cascarones vacíos de contenido y significado, y una manera de salvaguardar las particularidades étnicas y locales frente a la uniformidad planetaria. La sociedad posmoderna considera los dogmas una imposición de tesis sin demostración científica. Los teólogos ven los dogmas como «ventanas abiertas» (K. Rahner) y la Iglesia los considera luces que iluminan al creyente y le dan seguridad en su peregrinar hacia la patria celestial. El 15 de agosto, el mundo católico celebra la Ascensión, en cuerpo y alma, de la Virgen a los cielos, que significa la consumación de la salvación traída por Cristo a la humanidad.