La arquitectura del virus

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

NANI ARENAS

27 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Se habla del protagonismo que frente a la lucha contra el virus tienen muchas profesiones y oficios, pero poco se habla de la importancia de los arquitectos. A finales del XIX y principios del XX la pandemia de la tuberculosis asolaba Europa, solo en Paris, causó la muerte de la mitad de los jóvenes del siglo.

A principios del XX se extendieron por toda Europa las llamadas «escuelas antituberculosas» -amplios edificios en entornos naturales, con grandes ventanales y muros de cristal correderos- diseñadas para combatir la pandemia.

Hasta el descubrimiento del bacilo de Koch (1892), lo único que sabíamos era que la gente se contagiaba en espacios oscuros, húmedos y polvorientos y que el reposo, el sol y el aire favorecían la cura de los enfermos.

Los mejores arquitectos de la época, Le Corbusier, Van der Rohe o Walter Gropius, se afanaron en diseñar hospitales con ventanas más grandes, sanatorios antituberculosos de amplias terrazas fuera de la ciudad, casas levantadas del suelo para favorecer la ventilación y muebles aerodinámicos donde el polvo resbalara sin depositarse en ellos. Así nació la arquitectura modernista, un ejemplo de cómo las pandemias han dibujado la forma del espacio habitable.

Los arquitectos no dejaban de referirse a la tuberculosis y comenzaron a crear edificios blancos con grandes ventanales y terrazas, muy ventilados, con muebles modernistas de líneas rectas que dificultaban el acumulo de polvo y se limpiaban con facilidad : «La arquitectura del siglo XIX es como un viejo sofá lleno de tuberculosis. Hay que levantar las casas del suelo porque la enfermedad nace en la humedad», decían.

Poco después comenzaron a desarrollar un nuevo interior más higiénico, simple y liviano que cuajó en lo que hoy conocemos como minimalismo.

El aspecto de las ciudades está hecho a base de capas de epidemias y amenazas a la salud de todo tipo.

Los castillos aumentaron el grosor de sus muros y bajaron su altura por el advenimiento de la artillería; el arte románico perdió su policromía por el encalado exigido en la lucha contra la peste, igual que las villas se cercaron para favorecer su aislamiento.

El cólera reformó todos las cascos históricos de las grandes ciudades para frenar su transmisión a través de aguas contaminadas.

Ahora necesitamos arquitectos que creen nuevos espacios defensivos en los que habitar la nueva era; espacios que esponjen las ciudades y acaben con los edificios «inteligentes»: esas peceras sin aire libre y con ventanas anti-suicidio. Arquitectos que eviten aglomeraciones, favorezcan distancias de seguridad y diseñen mascarillas inmortales.

Que creen en definitiva, viviendas dignas dónde podamos vivir, divertirnos, hacer deporte, trabajar, tomar el aire y respirar verde sin necesidad de salir de ellas.

Por si acaso.