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Demasiadas malas noticias sobre el coronavirus: rebrotes, infectados, muertos, despidos, parados, quiebras... las estadísticas siempre dimensionan realidades de la única forma que al final importa, la de los números. Y vendrán más cifras en los próximos meses con sobresaltos: crisis, deuda pública, prima de riesgo, rescates, recortes... Será interesante ver cómo este Gobierno socialdemócrata-comunista es capaz de combinar su discurso de los últimos años con la cruda realidad de los tijeretazos. Tarea complicada.
No obstante, en tiempos de penuria se necesita más optimismo que nunca. La situación requiere esforzarse por destacar el aspecto positivo (si lo hubiere) de esta terrible coyuntura, a la que dependiendo de la evolución de los próximos meses la historia otorgará un lugar como desafortunado y efímero capítulo o como punto de inflexión en nuestras vidas. Confiemos en que la ciencia consiga confirmar la primera opción.
Mucho se ha hablado de la España vaciada desde las últimas elecciones generales, un término que cobró especial importancia gracias a Teruel Existe y a las particularidades de nuestro sistema electoral. Pero este es un concepto que en Galicia conocemos bien, propiciado entre otros factores por las características orográficas de nuestro territorio y los altos costes de construir infraestructuras sobre él. Y es que el éxodo rural es una pescadilla: la gente se va de las aldeas porque no hay servicios y no se invierte en servicios para las aldeas porque no hay gente en ellas. Ni oficinas, ni cines, ni teatros, ni pubs, ni centros comerciales... A nadie se le escapa que las prestaciones, y sobre todo, la eficiencia de la dinámica social y los servicios públicos en las ciudades está a años luz de la del gravoso rural, donde el coste para el erario común de algo tan básico como el acceso a la corriente eléctrica, el saneamiento, o el transporte público, se ve multiplicado en función de lo remoto que se encuentre el «núcleo despoblacional» en cuestión.
¿Pero qué pasa cuando aparece un virus que se transmite a través del aire? Que la densidad de población de las grandes ciudades se convierte en una trampa mortal y el urbanita comienza a anhelar el canto del gallo. El problema es que para que una idea pasajera se transforme en realidad a modo de mudanza o segunda residencia, se necesitan educación y sanidad de cercanía, infraestructuras que faciliten el acceso al rural en tiempo razonable y sobre todo conexiones de telecomunicaciones rápidas y estables, aptas desarrollar un fenómeno casi desconocido hasta hace unos meses: el teletrabajo. Empresas que se pueden desprender de estratosféricos costes de oficinas, trabajadores que no tienen que perder dos horas al día en rutinarios desplazamientos inútiles, millones de toneladas de CO2 que dejan de ser vertidas al ozono, niños mejor cuidados por padres con mayor facilidad para la conciliación...
La segunda oportunidad de la España vaciada ha llegado antes de lo previsto y desgraciadamente no ha sido gracias a la bienintencionada presión parlamentaria de Tomás Guitarte. La cuestión ahora es saber cómo se aprovechará la ocasión para echar a rodar un carro al que todos los partidos se quisieron subir hace unos meses pero que ya iba encaminado al olvido. ¿Se invertirá decididamente en infraestructuras y redes de telecomunicaciones? ¿Se potenciará el establecimiento de empresas e instituciones en la periferia? ¿Se pondrán en marcha mecanismos para la rehabilitación del campo más allá de las explotaciones intensivas y el turismo rural?
La intención es buena y el motivo legítimo. Ojalá que, a pesar de todo, saquemos algo positivo del coronavirus.