Por qué fracasan los países

OPINIÓN

04 nov 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El otro día explicaba en clase que entre las principales bases del crecimiento económico se encuentra tanto el aprovechamiento eficiente de las disponibilidades de los factores de producción como el hecho de contar con unas buenas y eficientes instituciones. También recordaba a los alumnos que, en la actualidad, con ocasión de los efectos de la pandemia, las diferencias entre ingresos y niveles de vida entre los países ricos y pobres, y entre cada uno de ambos grupos, son crecientes y abismales. Hasta tal punto que el ingreso medio per capita en el África subsahariana es menor de una veinteava parte que el que registra Estados Unidos. Ante estas elevadas desigualdades, habría que preguntarse qué dos factores básicos podrían llegar a explicar tales diferencias y dinámicas en lo que atañe a los niveles de prosperidad. Los profesores del MIT y de Harvard Daron Acemoglu y James A. Robinson, respectivamente, lo resumen en dos: la geografía y las instituciones.

Para algunos investigadores y políticos, la hipótesis de la geografía resulta básica. Argumentan sus defensores que el clima, las riquezas del suelo y subsuelo, y la abundancia de recursos naturales repercuten en su progreso, en su adaptación tecnológica y en los incentivos para albergar y asentar a los habitantes. De ahí, el hecho de abrigar muchas esperanzas basadas en el aprovechamiento eficaz e integral de las fuerzas de la naturaleza. La otra hipótesis de la explicación del porqué crecen las naciones es la referente al rol que desempeñan las instituciones. Tiene que ver con la influencia humana. O sea, las instituciones funcionan cuando incentivan inversiones, cuando acometen infraestructuras, cuando amplían las dotaciones de capital humano y cuando apuestan por las mejoras tecnológicas. Todo ello redunda en la prosperidad económica de los países.

Pero hay más. Las instituciones deben garantizar y estimular que las personas tengan incentivos para invertir y poder participar en las actividades económicas. Lo que significa poner límites a las élites, a los poderosos y a los políticos, a fin de evitar discriminaciones y exclusivismos, con el objetivo de promover la igualdad de oportunidades para todos los segmentos de la sociedad; en especial, para aquellos que poseen más dificultades y que, hoy en día, se encuentran en situación de dependencia económica y de exclusión social.

En el trabajo de Acemoglu y Robinson se da cuenta de la evolución de los países. Y se afirma que «casi ningún país rico logra serlo sin instituciones que protejan y fomenten las tres condiciones antes mencionadas»; y, en sentido contrario, no corroboran la hipótesis geográfica. Al punto de dejar escrito lo siguiente: «Algunas de la civilizaciones más ricas en el año 1500 -aztecas e incas- son ahora algunas de las sociedades más pobres». Lo que es lo mismo que decir que ni el clima, ni el medio ambiente, ni la abundancia de algún recurso han hecho, en exclusiva, ricos a los países y a sus habitantes.

Ahora, con la perspectiva de poder disponer de abundantes ayudas y préstamos procedentes de la UE, los países serán juzgados en función de su agilidad y de su preparación para acelerar el cumplimiento de sus programas. Dichos planteamientos pondrán a prueba la calidad de las instituciones y su capacidad de permeabilizar las iniciativas nacidas desde la sociedad. Los profesores citados escribieron que «la prosperidad proviene de la política económica que dictaminan sus dirigentes». Y es aquí donde radica el desafío. En definir de manera correcta un proceso de transición.