Pfizer lo ha logrado... ¡de nuevo!

Juan M. Lema Rodicio, catedrático de Ingeniería Química de la USC LÍNEA ABIERTA

OPINIÓN

DADO RUVIC

24 nov 2020 . Actualizado a las 09:30 h.

La historia es bien conocida. Tras sus vacaciones, a inicios de septiembre de 1928, Alexander Fleming, médico en el St. Mary's Hospital en Londres y profesor de bacteriología, observó la inhibición del crecimiento de Staphylococcus en una placa contaminada por un hongo (posteriormente identificado como Penicillium notatum). Denominó como «penicilina» la sustancia bactericida producida por el hongo. Su trabajo, publicado en 1929, no despertó demasiado interés y quedó como una observación científica notable. Unos diez años más tarde, el equipo de Howard Florey (farmacólogo) y Ernst Chain (bioquímico), de la Universidad de Oxford, consiguió purificar y estabilizar a nivel de laboratorio la penicilina, con lo que comenzaban a evidenciarse sus enormes potencialidades, especialmente importantes en un momento crítico, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial. Simultáneamente, el bioquímico Norman Heatley, también de Oxford, ideó un sistema de extracción en contracorriente para concentrar la penicilina. En febrero de 1941 un policía de 43 años con una severa infección, Albert Alexander, fue el primer paciente tratado con extracto de penicilina. Aunque experimentó una recuperación notable, falleció varios días más tarde por falta de antibiótico.

Conscientes de la necesidad de incrementar la eficiencia, necesaria para que la producción de penicilina fuera técnica y económicamente viable, Florey y Heatley buscan apoyo en los Estados Unidos de América. En diciembre de 1941, unos pocos días después del ataque japonés a Pearl Harbour, llegan a un acuerdo con representantes del National Research Council y de cuatro empresas: Merck, Squibb, Pfizer y Lederle para acometer el proceso de producción industrial de penicilina. Las compañías comienzan un muy intenso trabajo de investigación, en respuesta a un llamamiento del Gobierno de los Estados Unidos de América, en esos momentos ya en estado de guerra.

El problema era muy complejo y, aunque las cuatro compañías lograron mejorar las productividades, fue Pfizer la que dio el salto definitivo. Su director de investigación, el bioquímico Jasper Kane, y los ingenieros químicos Margaret Hutchison (la primera doctora en Ingeniería Química por el MIT) y John Mckeen consiguieron desarrollar un procedimiento de producción revolucionario y escalar a nivel industrial el proceso de purificación de Heatley. Increíblemente, en marzo de 1944, menos de tres años tras comenzar el proyecto, Pfizer inauguró su planta industrial en Brooklyn con una capacidad de producción tal que permitió que el 6 de junio de 1944, el Día D del desembarco en Normandía, cada soldado llevara consigo una dosis de penicilina, y que permitió salvar, en esta batalla y durante toda la Segunda Guerra Mundial, un enorme número vidas humanas. Un descubrimiento básico, un trabajo serio y constante de médicos, farmacólogos, bioquímicos e ingenieros, el apoyo de los programas de investigación públicos y el empuje de las compañías, todos ellos elementos vitales para producir la penicilina con éxito.

La historia se repite. Una base científica sólida, una estrategia con riesgo, basada en un nuevo paradigma en el mundo de las vacunas en base a la tecnología del RNA mensajero (mRNA) y un entramado tecnológico muy eficiente. Solo un trabajo entusiasta de equipos multidisciplinares muy especializados es capaz de resolver los problemas técnicos y logísticos, en un tiempo récord, para lograr una producción a gran escala. En momentos críticos para la humanidad (parece que) Pfizer, en colaboración con la compañía alemana BioNTech, lo ha logrado de nuevo.