¡Peligro!, insectos polinizando

javier guitián rivera EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

01 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Una disputa entre una pareja con segunda residencia en la isla francesa de Oleron y una nativa acabó en el juzgado por un sorprendente motivo. Los turistas denunciaron que el canto del gallo de la vecina alteraba su sueño impidiéndoles dormir. El juzgado falló a favor de la propietaria del ave, imponiendo al demandante una multa de mil euros en concepto de daños y perjuicios. 

Este suceso, aparentemente sin importancia, generó en Francia un movimiento que ha culminado con la aprobación por parte de la Asamblea Nacional de un proyecto de ley cuyo fin es inventariar y dar protección al denominado patrimonio sensorial, entendido como el conjunto de sonidos y olores propios del mundo rural como parte sustancial de un territorio.

De esta manera, el canto del gallo, el olor de un establo o el sonido de las campanas pasará a formar parte del patrimonio de un territorio, dando así sustento a su conservación y apoyo a la defensa ante demandas similares, que aunque no lo crean, son frecuentes. Turistas y visitantes, en adelante, deben aceptar las singularidades de los territorios rurales, de la misma manera que la población rural lo hace cuando se acerca a entornos urbanos.

Tanto la sentencia como la iniciativa legislativa son novedosas, aunque, sin duda, pueden plantear el debate. En este sentido, es bueno aclarar que la iniciativa no se refiere a las instalaciones de carácter industrial, como por ejemplo granjas animales, ya que las leyes regulan de manera específica estos supuestos, estableciendo distancias a los núcleos de población, aunque en muchos casos esta legislación no se cumpla.

En mi experiencia en el campo he oído protestas por el canto de los gallos, el ladrido de los perros o el sonido de la maquinaria en época de siega, sonidos cada vez más escasos en el medio rural. En el caso más alucinante, he presenciado las quejas de unos turistas por el peligro que decían entrañaban para los niños las abejas y abejorros de las flores del jardín de una casa rural; por cierto, siempre me he preguntado cómo debían avisar a los clientes: «Peligro, insectos polinizando».

No es fácil entender qué esperan encontrarse esos turistas cuando se acercan al campo. Tal vez piensen que las vacas se encierran los sábados o los gallos cantan más tarde los fines de semana. Es verdad que alguno de esos sonidos u olores puede molestarnos, pero, como ha dicho el sociólogo José Manuel del Barrio, «por eso es tan importante interpretar correctamente la vida cotidiana de un territorio y, por extensión, el paisaje».

No estaría de más que en España imitáramos la iniciativa francesa reconociendo así ese patrimonio como una parte sustancial de nuestra cultura rural.