Hoy se dirán muchas cosas de Pau Donés porque nos ha dejado a todos impresionados con ese regalo que nos ha hecho. Con esa lección que nos ha sacudido como un huracán sirviéndose solo de un hilo de voz finísima para reparar en lo bonito de ser y en lo bonito de estar. Como si fuese una canción de las suyas, de apariencia sencilla pero de una profundidad que nos encoge, Pau nos abrió a la vida que nos perdemos. La que basta con respirar, con oler, con sentir, con ver. La de levantarse de la cama, la de abrazar, la de llorar y la de reír. Pau Donés nos descubrió la salsa de su vida, al son de Celia Cruz, y la fortaleza de la herida de una madre suicida. Nos mostró el camino natural de la muerte y nos quitó el miedo a perder con ese lema que le brillaba en los ojos: «Yo, vida». Hoy se dirán muchas cosas de Pau Donés, pero no quiero olvidarme, porque se lo merece, de Jordi Évole. Porque no hay ningún manual ni ningún libro gordo de ninguna universidad que enseñe cómo se tiene que hacer una entrevista a alguien que se va a morir, a un amigo que se va a morir y a un artista que se va a morir joven. Jordi Évole no hurgó, no hirió, no cedió, no esquivó y no evitó nada para sacar rédito personal de un hito televisivo. Con nervios, con emoción, con afecto y con humor consiguió que Pau se despidiese cantando a Antonio Vega en lo alto de la montaña. Y eso, Jordi, que tú nos das es mucho más.