Genocidio, crímenes de lesa humanidad, torturas, violaciones, asesinatos, etcétera. La lista de horrores que un ser humano puede infligir a otros es interminable. La historia está plagada de episodios negros que nos demuestran que no hemos aprendido a convivir y a respetar al prójimo cuando discrepa de nuestra opinión, pertenece a otra raza, profesa una religión diferente o, simplemente, se niega a someterse a cualquier tipo de opresión o tiranía. No podemos decir lo mismo sobre la justicia. No es fácil apresar a los criminales, reunir las pruebas suficientes sobre su comportamiento delictivo y llevarles ante un tribunal imparcial. El Tribunal Penal Internacional de La Haya ha demostrado que los procesos judiciales son lentos, farragosos y, casi siempre, pese a resolverse con una sentencia condenatoria, totalmente insatisfactorios para las víctimas.
Víctimas como muchos sirios que, tras huir de la guerra, la persecución y la violencia, tras pasar un calvario durante su búsqueda de un refugio seguro y un sinfín de trámites para lograr el asilo en un país libre y democrático como Alemania, un día se tropiezan con su torturador. No es difícil imaginar su incredulidad, su horror y, sobre todo, su dolor al descubrir que un oficial de inteligencia del Gobierno de Bashar al Asad también tiene la consideración de refugiado. Víctima y verdugo disfrutando de una nueva oportunidad de hacer justicia. Una justicia universal como la que un tribunal de Coblenza ha aplicado al dictar una sentencia de cuatro años y medio de cárcel para Eyad al?Gharib por complicidad en la comisión de crímenes contra la humanidad, al demostrarse su colaboración en la detención de manifestantes que protestaban contra al Asad en el 2011 y que después fueron torturados y asesinados.
Una condena que a muchos parece muy leve, pero que sin embargo sienta un indubitado precedente. La crueldad y criminalidad del régimen de al Asad han sido puestas de manifiesto. Los cientos de miles de víctimas pueden sentir que el mundo ni les ha olvidado, ni va a dejar que su dolor quede impune. Anwar Raslan, un alto responsable, será el próximo en ser juzgado.