
Esta mujer, que lleva a Galicia en el ADN y en el corazón, será recordada por nuestros nietos como la artífice del más ambicioso programa de inversión y reformas jamás acometido desde que se restauró la democracia: el Plan Calviño. Un plan que, superando la miopía cortoplacista de políticos y gestores de lo público, pone las luces largas y afronta simultáneamente dos grandes desafíos: acelerar el proceso de recuperación y cambiar el modelo productivo. Reactivación y transformación. Arrancar a la economía del hoyo para que vuelva a crear riqueza y empleo, pero no para retornar a la vieja perdida normalidad, sino para construir un tejido productivo más compacto y sostenible. Una economía más verde, más digital, más igualitaria y con mayor cohesión social y territorial.
El rumbo, más allá de controversias puntuales, está trazado. Solo falta, para que la empresa culmine con éxito, la complicidad de toda la tripulación, esto es, el acuerdo entre Administraciones, empresas y trabajadores. La movilización del conjunto de la sociedad que ponga viento en las velas. Y que la política de bajo alcance, que solo mira al tendido del interés propio e inmediato, no perturbe la travesía. Lo demás ya lo tenemos. Una buena hoja de ruta: el Plan Calviño. Y una mano firme, movida por un cerebro dotado con sentidiño gallego, al timón.