Defensa del bipartidismo, con perdón

Roberto Blanco Valdés
roberto l. blanco valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

CAPOTILLO

16 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

De entre las muchas simplezas que dominaron el ambiente político español durante el período de eclosión de aquel potaje mal cocinado de populismo, burramia y frivolidad que pronto dimos en llamar el 15M, dos destacaron sobre todas las demás: que el bipartidismo era muy malo y que las mayorías absolutas calcinaban los sistemas democráticos.

La segunda de esas tonterías es fácilmente rebatible. Basta recordar que en los sistemas parlamentarios (casi todos los de Europa) no se puede gobernar sin mayoría absoluta y que la diferencia está entre las que son coherentes (de un solo partido, en general) y las que, por no serlo, acaban convirtiéndose en el camarote de los Hermanos Marx. Como está en la mente de todos la diferencia que hay entre los Ejecutivos españoles previos a la llegada al poder de Pedro Sánchez y el calificado por Rubalcaba como Gobierno Frankenstein, no cometeré la crueldad de recordar ahora el cúmulo de disparates al que a diario asistimos atónitos millones españoles de todas las ideologías desde la entrada en la Moncloa del gran estadista que ahora padecemos. En todo caso, la mejor prueba de que la mayoría absoluta no debe ser tan mala es que todos los partidos aspiran a obtenerla cuando tienen en sus manos la posibilidad de gobernar.

Los ataques al bipartidismo han sido también auténticamente furibundos, sin que los templara un hecho irrebatible: que mientras dominó (entre 1977 y, sobre todo, entre 1982 y el 2014) construimos en España la mejor democracia que jamás hemos tenido, a años luz de la única que la precedió: la de la II República. La estabilidad del sistema de 1978 permitió a los españoles dar un salto en su calidad de vida que solo los más necios e ignorantes se atreven a negar. Queda sin duda mucho por hacer en el plano de la igualdad social, la equiparación entre hombres y mujeres o la solidaridad entre territorios, pero cualquiera que compare sin prejuicios la situación de 1977 y la actual llegará a la conclusión de que el camino recorrido ha sido impresionante y que sin la estabilidad de la que hemos disfrutado ese gran avance no se habría producido.

Es verdad que nuestro bipartidismo ha sido imperfecto: primero, en sentido técnico, porque las fuerzas nacionalistas, necesarias en ocasiones para formar mayorías, acabaron convirtiéndose en el mayor factor de distorsión del sistema político, al permitir a partidos muy minoritarios chantajear a los representantes de amplías mayorías; segundo, en sentido coloquial, pues el bipartidismo no impide los vicios de la democracia que se derivan de la naturaleza humana: la corrupción, principalmente. Pero esta existe también en los sistemas multipartidistas, como lo demuestra el caso de Italia, donde gobiernos de amplia coalición y corrupción han ido de la mano.

No está de más recordar todo lo que antecede una década después del nacimiento de aquel movimiento que ha sido declarado muerto por uno de sus padres: Errejón. Y bien muerto, diría yo, vistos sus desastrosos resultados.