«Un viejo no va a criar a mis hijas»

Manuel Fernández Blanco
Manuel Fernández Blanco LOS SÍNTOMAS DE LA CIVILIZACIÓN

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

13 jun 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La mayoría de los padres y madres han dicho o pensado, en algún momento, que darían la vida por sus hijos. Por eso resulta tan siniestro que quien ha dado la vida, y estaría llamado a protegerla, la arrebate del modo más cruel.

Exceptuando las situaciones en las que un filicidio es la consecuencia de un trastorno delirante, el asesinato de un hijo suele tener como fin fundamental golpear al otro progenitor. Se busca provocar una herida que no cure nunca, que no pare de sangrar, que no cicatrice jamás. Por eso, en muchos de los casos en los que un hombre mata a sus hijos, el filicidio apunta a un feminicidio eternizado en el tiempo.

Esto es lo que haría iguales, por ejemplo, a Tomás Gimeno y a José Bretón. Pero si nos limitamos, como explicación suficiente, a lo que tienen en común estos crímenes perdemos la perspectiva de que cada filicidio responde también a causas únicas, singulares.

La mejor guía para orientarnos en la motivación criminal de Tomás Gimeno son sus propias palabras -«un viejo no va a criar a mis hijas»- y sus actos. En este sentido, parece que lo más insoportable para este parricida no fue verse sustituido como hombre, sino como padre. Se está destacando, como factor fundamental para explicar el acto criminal de Tomás Gimeno, su personalidad narcisista y la herida que le supuso que su exmujer tuviese otra pareja. Pero parece aún más determinante que sus hijas tuviesen «otro padre», y que él, identificado de modo narcisista a su imagen de hombre guapo, atlético y joven, fuese desalojado de su lugar de padre por un «viejo». Por eso, en este caso, no prima tanto el «serás mía o de nadie», sino el «serán mis hijas o de nadie». Si no hay hijas no hay padre, aunque la anulación del otro como padre suponga su propia eliminación, también como padre.

En su macabra despedida de la madre de las niñas le dice que no volvería a verlos más (no a verlas más) y que estarían bien cuidadas. Luego, planifica todo con el objetivo de generar un tormento permanente para la madre, sostenido en la posibilidad, por remota que fuese, de encontrar a sus hijas con vida.

Al menos esta parte del plan ha fracasado. Esperemos que esto permita a la madre de las niñas la posibilidad de un duelo no congelado. La intención que ha expresado, una vez conocido el desenlace, de eliminar el apellido paterno de sus hijas es un acto que puede ayudarle. Un padre da la vida, no la quita. Y, si lo hace, no es un padre.