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Si hubiera que hacer un resumen de las encuestas que se hicieron con motivo de los siete años que hoy se cumplen del reinado de Felipe VI, el mío sería este: «Salvo accidente, y a pesar de todos los problemas, la monarquía está consolidada». Es cierto que como sistema político quizá no entusiasme, sobre todo a los jóvenes. Es cierto que sufre la erosión del rechazo independentista en Cataluña. Y también es cierto que ha sufrido golpes muy duros como consecuencia de los errores de Juan Carlos I. Pero Felipe VI se ha ganado el respeto y el afecto de los ciudadanos. Lo demuestran esas encuestas que cito.
Quiero señalar especialmente la de Metroscopia, José Juan Toharia, que en otros tiempos hizo trabajos de investigación sociológica para la Casa Real. Estos son algunos de los datos fundamentales: el 74 por ciento cree que Felipe VI ha desarrollado correctamente sus funciones; el 89 % lo considera perfectamente formado para ejercer la Jefatura del Estado; el 79 considera que se esfuerza por consolidar y mantener la democracia parlamentaria; el 71 entiende que trata por igual a los líderes, sin distinción de ideología; dos de cada tres españoles dan alta valoración a la reina Letizia y consideran que la princesa Leonor llegará a reinar, y al 78 por ciento el rey les inspira confianza. Con razón la monarquía solo es un problema para el 0,1 de los ciudadanos según el CIS.
Son porcentajes altísimos de valoración en todos los conceptos por los que se ha preguntado. Quiero apreciar especialmente el valor de la confianza, porque los últimos barómetros del CIS son deprimentes para los líderes políticos: el 78 por ciento de confianza en el rey es de desconfianza en Pedro Sánchez y peor todavía en el caso de Pablo Casado. Como se ha escrito estos días, Felipe VI les da cien vueltas a los políticos profesionales. La confianza en la Jefatura del Estado es un valor de máxima importancia, un valor refugio, en medio de todas las crisis que sufre este país.
Nada le fue regalado. Felipe VI fue proclamado rey en plena crisis de imagen de la institución monárquica. Si su padre había abdicado, había sido porque sabía escuchar y percibió la censura social a sus cacerías de elefantes y faldas.
La sociedad estaba dolida por la política de recortes sociales, consecuencia de la crisis de 2008. Se consolidaron los populismos, uno de ellos con clara voluntad republicana. Se rompió la estabilidad del bipartidismo. Hubo más rondas de consultas para la formación de Gobierno que en casi todo su reinado de su padre. Se produjeron los sucesos de Cataluña, que dejaron la unidad de España al borde del precipicio. Vino una pandemia que asoló la economía y causó cien mil muertos.
Es más que evidente que Felipe VI sí que tuvo que luchar contra los elementos. Si después de todo eso, la opinión pública le valora tanto, no hay más que una conclusión: tenemos un gran rey.