A la derecha del mapa está Cataluña. En Cataluña siempre ha tenido el poder la derecha. Desde que hay democracia, salvo del 2003 al 2010, cuando se articuló una coalición de socialistas, republicanos y verdes, en Cataluña ha gobernado una derecha liberal y nacionalista, que se ha ido haciendo neoliberal e independentista, pero nunca ha dejado de ser clasista. El tránsito del catalanismo al secesionismo se fraguó con el pujolismo, régimen de comisión y cambalache, barnizado de pragmatismo y moderación, que tenía contenta a la derecha catalana, porque frenaba al movimiento obrero en la periferia barcelonesa, y a la derecha madrileña, que aceptaba su apoyo parlamentario, invertía en sus autopistas y aeropuertos, hablaba catalán en la intimidad y nombraba español del año a un líder que prefería a Andorra. Tras engaños y desengaños, vendrían la sentencia contra el Estatut, las quijotadas de nacionalistas de ambos lados, la descomposición de CiU, la exigüidad del PP, el ascenso y descenso de Ciudadanos, la crisis y recuperación del PSC, la irrupción de ERC, la influencia de la CUP, el referendo ilegal, la república exprés, la fuga de empresas a Madrid, la fuga del honorable a Waterloo, la sentencia contra el procés y los indultos.
Llegó la pandemia y puso en evidencia que Cataluña no contaba con suficiente equipamiento para hacerle frente, porque la derecha gobernante había dejado el gasto social por debajo de la media española. La burguesía, acostumbrada a clínicas privadas, se vio en la necesidad de recurrir a la sanidad pública, alguno de cuyos hospitales, pese a los recortes, goza de reconocida fama. En cuestión de salud, importa poco la ideología. Va pasando la crisis sanitaria y la derecha catalana amenaza otra vez con romper la esquina derecha del mapa.