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El joven senegalés
No hago más que pensar en la paliza de Samuel. Pienso que podría haber sido un hijo mío o de cualquiera. Te preocupa que salga a divertirse por si se contagia de covid pero entiendes que es joven y quiere disfrutar. Confías y le dejas ir. Lo que menos se te ocurre es que una horda de chavales lo mate de una paliza, sin más. Porque sí. Porque la vida de una persona no vale nada. Como si aplastases una mosca. Sin remordimiento. Y encima de una manera cobarde, ruin, diez contra uno. Todavía no ha trascendido quienes son los asesinos, ni si proceden de familias desestructuradas, con problemas o son hijos de personas ejemplares. Supongo que habrá un poco de todo. La falta de valores es general. No hay educación cívica, ni moral y, sobre todo, no hay humanidad. De todos los jóvenes que había allí esa noche solo ayudó a Samuel un senegalés, que demostró ser el único valiente. Ana E. A Coruña.
Comparemos justicias
Aquí en España los tribunales le dan la razón a Vox en que no es nada ofensivo poner carteles electorales comparando la pensión mínima de una anciana con el gasto individual de un menor extranjero no acompañado. Mientras tanto el Tribunal Constitucional de Alemania acaba de sentenciar que un magistrado de lo contencioso administrativo del distrito de Giessen no es apto para ser juez en procedimientos de solicitudes de asilo. ¿Su pecado? Rechazar en primera instancia una solicitud de asilo de un refugiado afgano con el argumento que veía la inmigración como un «peligro para la cultura y el sistema legal alemán, así como para la vida humana». Y no se daba por satisfecho este juez sancionado que seguía con el hilo argumental de que la inmigración hay que verla como «una amenaza para los valores culturales en el lugar donde tiene lugar la inmigración». La corte alemana considera que esas afirmaciones son inadecuadas con el principio de imparcialidad de un juez. Lástima que la justicia española sea de luces cortas. Luis Gulín. Ribadavia
Más limpieza
Soy andaluz de nacimiento, pero a la vez casado con coruñesa. Paso temporadas en nuestra vivienda de la ciudad herculina en el entorno de San Agustín desde 1976 en que fui por primera vez cuando conocí a la que hoy es mi mujer. Desde entonces, he ido viendo el progreso social, económico y cultural de La Coruña a la que tanto quiero. Sin embargo, observo con tristeza la desaparición en el centro de lugares y comercios tan clásicos de la ciudad. Entiendo que algunos han cerrado por fallecimiento de sus propietarios o porque los tiempos han cambiado; por ejemplo, para las salas de exhibiciones cinematográficas. El centro de Coruña se está adormeciendo y el comercio huyendo del centro, tal vez sea por la desaforada política de peatonalización, que está haciendo que solo sea zona de ocio. Me pregunto ¿no se podría incentivar el comercio creando un gran centro para este destino en los dos soberbios edificios del puerto, Cantones-Palexco, hoy lamentablemente desocupados o infravalorados para este fin? Da pena ver año tras año las paredes del caserío del centro plagadas de pintadas y grafitis. Raro es el año, por ejemplo, en que permanece inmaculada la de la Academia de Bellas Artes, o la del Mercado de San Agustín, joya de la arquitectura del novecientos. Da pena recibir a amigos de otros lugares de España y sentir sonrojo ante la suciedad de una de las ciudades más bellas de Europa. G. Calero. A Coruña.