Los anti-Juegos Olímpicos

Paulo Alonso Lois
Paulo Alonso TERCER TIEMPO

OPINIÓN

MABEL RODRÍGUEZ

22 jul 2021 . Actualizado a las 09:06 h.

Por mucho que se intente soplar y sorber al mismo tiempo, resulta imposible. Los Juegos de la pandemia tendrán, por tanto, un buen puñado de positivos. Serán muchos más que el goteo de los días previos al inicio de las competiciones, esa pérdida de la inocencia que ha generado un cierto pánico en la organización. Cuanta más prudencia acompañe el anuncio de la desgracia de que un atleta vea arruinado su sueño de cinco años por un contagio, mejor para el evento. Porque no hay profilaxis posible si se junta a diez mil deportistas a convivir en una misma zona, rodeados de auxiliares que tratan de convertir la vieja Disneylandia de la Villa Olímpica en un gigantesco barrio esterilizado donde nadie se relaciona con nadie. Los anti-Juegos Olímpicos. La esencia de los de siempre radicaba, más allá del deporte, en el intercambio entre personas que no volverán a verse en su vida. No hay duda de que solo en este clima de tristeza y silencio que genera en Tokio un eco insoportable, se podía salvar esta edición de los Juegos. Con las máximas medidas de protección sanitaria. Pero la celebración de los Juegos no la pueden poner en jaque cuatro positivos que a tres días de la ceremonia de apertura generen un ataque de nervios.

Si alguien pretendía unas Olimpiadas sin positivos, lo coherente habría sido renunciar a celebrarlas. Del mismo modo que los contagios tienen que conllevar la eliminación de los deportistas implicados y sus contactos estrechos con una lógica implacable. Como viene sucediendo desde hace más de un año.

Cunde estos días la sensación de despachar los Juegos, el deseo de que pasen ya sin que se produzca ninguna desgracia. A estas Olimpiadas, sin público, en un ambiente de tristeza y en el que todos los implicados se ven envueltos en un clima de permanente sospecha, solo las pueden salvar los deportistas. La última verdad de un evento tan borracho de millones que nadie se atrevió a redimensionar, llevar a otro lugar o directamente cancelar sin anestesia. Porque, además, tampoco habría ningún lugar mejor para albergar los Juegos de la pandemia que Tokio, una metrópoli muy alejada de las cifras monstruosas de positivos de las principales capitales del mundo. En esa política de gestos -cuya importancia es incuestionable-, algunos rozan lo ridículo. La mejor ocurrencia fue que los deportistas se cuelguen sus propias medallas para evitar riesgos. Ya nos quedamos mucho más tranquilos.