
Ayer tenía que haber sido un día de mucha alegría y jolgorio en todas las residencias de ancianos de las Hermanitas (204 esparcidas en 19 países, 15 de ellas en Galicia), porque era la festividad de Santa Teresa Jornet, la genial leridana que, anticipándose en décadas a la sociedad civil, fundó -junto a don Saturnino López Novoa- esta congregación religiosa para atender las necesidades de los ancianos. Corría el año 1872.
Desde entonces estas mujeres han devuelto al rostro angustiado de tantas personas venerables por su ancianidad la serenidad y la alegría de experimentar de nuevo los beneficios de un hogar. Porque este es el objetivo de estas monjas: velar y cuidar como madres solícitas, con mucho cariño y cercanía, a los ancianos que llaman a sus puertas, fomentando un espíritu de familia (por eso prefieren para sus casas la denominación de hogares y no la de residencias o geriátricos).
La pandemia no permitió los festejos. Este año tocó, otra vez, rendir el debido homenaje a la santa fundadora con austeridad, en muchos casos solo desde el corazón y sin ceremonia alguna. Por ello mismo, no quiero dejar pasar la ocasión para expresarles públicamente mi admiración y gratitud por tanto bien como hacen, aquí y allá, sin acepción de personas y acogiendo siempre a los más débiles y vulnerables, a veces con unas circunstancias verdaderamente heroicas por la precariedad de medios (pienso en Cuba y en Mozambique, por ejemplo).