Lo leo en una entrevista que Elvira Lindo le hace a María Dolores Gutiérrez. Una modista de Lorenzo Caprile especializada en trajes de novia. Autora del que usó la infanta Cristina. Dice la modista: «me gusta más coser en el taller que hacerlo sola. Este es un trabajo que te permite coser y cantar, trabajar y hablar. Y el día que vienes triste el trabajo es un desahogo». Y recuerdo que yo cuando operaba, sin darme cuenta, solía canturrear. Era un tiempo en el que en los bares solía haber un letrero que decía: se prohíbe cantar. Pero también recuerdo el tiempo en que no había cena digna de su nombre en la que, al final, alguien cantase el adiós a Mariquiña o algo similar.
Lo escribe Jacques Barzun en Del amanecer a la decadencia. Los jefes de Estado insisten en ser llamados Tony o Jimmy. Su popularidad aumenta cuando no son capaces de expresarse correctamente. El hombre vulgar con aire juvenil y algo confundido es la figura grata a una sociedad democrática. El párrafo suena a «boutade» más o menos ingeniosa. Pero también puede leerse como una explicación del fenómeno Zapatero.
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