Pablo Iglesias está sufriendo. Y eso es algo que a todos los demócratas debería conmovernos. El hombre ha sido vicepresidente del Gobierno de España. Y eso no es cualquier cosa. No deberíamos abandonarlo a su suerte, como a un diputado anónimo cualquiera. Pablo sufre porque el teléfono no suena. El Twitter no pita. En el Telegram de Podemos ya no se habla de él. Y en el WhatsApp apenas tiene diez puntitos rojos sin leer. Las redes ya no se acuerdan de Pablo, ni siquiera para insultarle. De la tele o la radio solo le llaman los que lo tienen contratado a 125 euritos la hora de tertulia. Pablo echa de menos la política. Pero, sobre todo, echa de menos salir cada día en los titulares de los periódicos, los noticiarios o los boletines de radio epatando a los burgueses con sus excesos.
Pablo tiene nostalgia. Quiere volver a la pomada. Pero teme que lo suyo ya no interese. Y por eso a Pablo -y a quien le ha contratado, que también tiene que rentabilizar el arriesgado fichaje de una estrella en declive- no se le ocurrió mejor idea que ilustrar su primer artículo como «periodista crítico» con una pistola nazi grabada con las siglas del PP y de Vox, una alusión a la prensa y el número 78, en referencia a la Constitución. Pablo quiere así llamar nuestra atención. Bien es verdad que, si era eso lo que pretendía, le habría bastado con escribir «caca culo, pedo y pis», porque igual de infantil habría sido el procedimiento. Pero Pablo pensó que lo del pistolón nazi era una idea genial en plan Harry Pross, el de La violencia de los símbolos sociales que estudiábamos en la facultad en los años 80.
Dice Rufián, Gabriel, otro que echa de menos cuando la gente se escandalizaba con sus locas performances y sus looks imposibles en el Congreso, que Iglesias es «el mejor de todos nosotros». No sabemos quienes son «nosotros». Pero el mejor en lo del «periodismo crítico» es Rufián porque, al contrario que Pablo, que se fue y ahora tiene morriña, Gabriel, después de anunciar en el 2015 que «en 18 meses» dejaría su escaño «para regresar a la República catalana», lleva ya seis años cobrando del Estado español una jugosa nómina como diputado de ese país al que odia. Y tiene a la vez su propio programa, en el que se gana unos dinerillos extra entrevistando, sin ponerle un pero, a una mujer que propone «matar» a «los de Vox». Y, sin ser un programa en directo, Gabriel va y lo emite. Supera eso, Pablo.
El periodismo crítico era esto. Pistolas nazis, propuestas de asesinato, amenazas a la prensa, a los partidos y a quienes defienden la Constitución. Y fichar por el diario Gara, órgano de expresión de ETA y reconocido defensor de las libertades. El problema de Pablo es que ni siquiera así consigue ya épater le bourgeois. Ni ser original. Pretende ahora marcar el paso a Podemos, pero lo que defiende en su primer artículo «crítico», llamando a la izquierda más allá del PSOE a unirse con todos los nacionalismos y separatismos que en España son, ya lo propuso antes Yolanda Díaz. Pero Pablo se esfuerza y no merece ser olvidado. Queremos tanto a Pablo...