11 de septiembre del 2001: nace la era de la incertidumbre

Emilio Sáenz-Francés HISTORIADOR Y PROFESOR DE RELACIONES INTERNACIONALES EN LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS

OPINIÓN

María Pedreda

11 sep 2021 . Actualizado a las 11:20 h.

El hombre mirará atrás y podrá decir que fue entonces, el día de los atentados de las Torres Gemelas, cuando comenzó la era de la incertidumbre. El mundo venía de la primavera placentera del final de la guerra fría y de los días, quizás galanos, de la pax americana y del fin de la historia de Fukuyama. Apenas una década de seguridad y prosperidad económica. Nunca la idea de progreso y la confianza en el futuro tuvieron cimientos más prometedores.

En apenas unas horas todo cambió. La nueva amenaza era algo inédito en la historia. El nuevo enemigo no tenía ni rostro ni nación. El entramado internacional diseñado tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, al socaire del posterior boxeo de sombras entre Moscú y Washington, poco o nada podía hacer contra un peligro en forma de sombra cruel.

Veinte años más tarde la falta de preparación o de mínimo aprendizaje es elocuente. Estados Unidos ha abandonado Afganistán certificando el momento más bajo de su acción exterior en décadas. Su credibilidad entre los aliados occidentales ha caído a mínimos. Tras los modernos alaricos, que asaltaron el Capitolio como los godos humillaron la Roma clásica, Estados Unidos ofrece apenas meses más tarde otra imagen que se presta a las analogías menos optimistas: la de la indiferencia ante el mal. En el 2001 se podía esperar a una Rusia responsable o a una Europa henchida de confianza para combatir al terror del integrismo islamista. Hoy, con Bruselas en crisis y Putin entregado a sus peores pasiones, se impone China, como la gran vencedora de cualquier partida que se inicie en el tablero internacional. Como la protagonista de Gambito de Dama, China puede que no ilusione, pero vence siempre, incluso en tiempos de pandemia.

Miremos por donde miremos el mundo es más inseguro y frágil. El cambio climático es realidad desatada, y la revolución digital y de los datos nos ha dado una velocidad inusitada para acceder a la nueva galaxia en red. Pero por el camino, peligra nuestra capacidad para la profundidad y el matiz. Londres hoy es menos Europa que hace veinte años. Y al otro lado del mar, en América Latina, una oleada democrática ha dado paso al retorno salvaje de populismos rampantes. Puede parecer mentira, pero el liderazgo bisoño y depauperado de George W. Bush gana hoy enteros frente a lo que vino después de su sucesor. Y es que el optimismo de la era Obama fue un espejismo, que no consiguió resultados más allá de un premio Nobel desnatado. Sus sucesores -Trump y Biden- debaten su legado entre la farsa y la impotencia. En estos años, EE.UU. ha abdicado del liderazgo moral lo hizo grande y necesario durante décadas. Pese a tantos errores.

Pero lo peor es que miremos por donde miremos, faltan líderes y capacidad para navegar la incertidumbre. El último faro de una Europa que se olvida de si misma, el del liderazgo de Angela Merkel, llega a este aniversario con un prestigio intacto que es ya un canto de cisne. Tras ella, quizás solo habitan dragones.

Veinte años después del 11-S el mundo-covid no ofrece una imagen que invite al optimismo y la esperanza es un acto casi heroico. Quizás -como Luis XV- la canciller alemana musita en los pasillos vacíos de cancillería, mientras contempla atónita las imágenes terribles de la evacuación de Kabul, aquello de: después de mi, el diluvio.