Hay almas oscuras. El mal existe. Y hay crímenes y crímenes. Hay una escala infame también en el mal. No va de pecados veniales y de pecados mortales. Va de enfermos que no distinguen el bien, que disfrutan con el daño. Álex, nueve años, se tropezó con un condenado reincidente que nunca debió salir de prisión. Otra vez, la necesidad en casos extremos de la prisión permanente revisable.
Hay bestias, con perdón para las bestias. La decisión de concederle la libertad parece que se tomó con voces en contra de algunos profesionales que lo trataban. Los que sabían que su mente no funcionaba. Francisco Javier Almeida, 54 años, no estaba recuperado ni siquiera tras los años que llevaba en prisión. 39 permisos le dieron a alguien incapaz para controlarse por padecer una parafilia sexual.
La junta de Tratamiento de El Dueso dilató hasta tres años su puesta en libertad definitiva. No lo veían claro y hacían lo correcto. La sociedad no es una película de Disney. La calle no es políticamente correcta. Almeida era un actor. Representaba en prisión el buen comportamiento. Lo hizo también en los permisos que le concedieron. Todo era una actuación para conseguir la libertad, para que su lado oscuro pudiese volver a actuar. Para que el monstruo se pusiera en marcha.
Y ahí estaba Álex, con nueve años, en el parque. Podía haber sido su hermano de seis. Estaban con más niños. Álex, de nueve años, tuvo la mala suerte de ir disfrazado de la niña de El exorcista y de toparse con la maldad. Almeida pensó que era una niña y lo engañó diciéndole que le iba a enseñar un cachorro. Almeida se fue a vivir al barrio de Lardero a propósito. Un barrio con parejas jóvenes, con muchos niños.
El sistema en prisión falló. El sistema en su vuelta al mundo real falló. Algunas madres denunciaron que ya había intentado llevarse a sus hijas con engañifas. No saltaron las alarmas de una investigación inmediata y exhaustiva de la policía. Almeida siguió acechando pequeños por esa urbanización tranquila. No quiero pensar en cómo están esos padres, que habían ido desde Logroño con sus dos hijos para que jugasen por Halloween con los amigos. Que solo los perdieron de vista unos minutos. Almeida ya había sido tristemente célebre por el crimen de la inmobiliaria. Se obsesionó con una chica de una inmobiliaria, se citó con ella para que le enseñase un piso y la mató.
Esa familia no se tenía que haber quedado sin Álex. Sus padres tenían que seguir teniendo un hijo sano y sonriente. Su hermano tenía que tener hermano. El colegio de los jesuitas de Logroño nunca debió de perder a ese alumno. Las voces en contra del regreso a la sociedad de la junta de la prisión debieron de vencer en la discusión. Esas madres que dieron detalles del individuo que buscaba cazar a sus hijos tenían que haber conseguido que la policía se movilizase para localizar al criminal. Os enseño un cacharro, venid. Os enseño unos pajaritos que tengo en casa, venid. ¿Libertad condicional para quien mata sin condiciones? Esos errores en cadena fueron el principio del fin de Álex. Los errores y el alma oscura de Almeida.